La ministra de Educación, Pilar Alegría, quiere cerrar un pacto de Estado, con el teléfono móvil como materia del acuerdo. Alegría despuntó en la política española como eficaz portavoz de la trinchera socialista, pero había pasado desapercibida como responsable máxima de la educación española. Quizás no esté muy ducha en la materia y eligió un tema fácil, el ‘smartphone’, para liderar el consenso de las comunidades autónomas.
Llama la atención que la propuesta de la ministra (prohibir el cacharro en Primaria y Secundaria y sólo autorizarlo en esta última para casos que indique el profesor) coincida con lo que se está haciendo en la gran mayoría de los centros. Quiero decir que el consenso ya existe, habiendo excepciones no queridas, porque todas las normas tienen infractores. ¿Por qué entonces este revuelo? El debate es impulsado, en buena medida, por las familias, lo que ya indica que el problema no se puede reducir a la escuela, sino al uso que hacen los jóvenes del teléfono a lo largo de toda la jornada. Aquí el asunto se pone peliagudo, porque es muy difícil marcar pautas de uso cuando padres y madres lo utilizan a tiempo completo. ¿Se puede comer en familia sin móviles? También se puede comer sin tenedores.
El asunto es contradictorio. El teléfono inteligente es el mayor descubrimiento del primer cuarto de siglo para la sociedad. Nada ha cambiado e impulsado más las relaciones sociales. A la vez, la pequeña pantalla del móvil abarca todo el saber de la Humanidad. Las discusiones sobre cualquier asunto finalizan con una rápida consulta al teléfono de bolsillo. De todos es sabido que los instrumentos digitales facilitan la tarea de maestros y profesores y que los alumnos se sienten mucho más atraídos (ahora se dice, identificados) con las clases digitales que con las explicaciones de tiza. Si todo esto es así, y lo es, habrá que ser mucho más sutil al dictar una norma sobre el uso de los teléfonos en los recintos escolares. Me parece un contrasentido que todo el currículo escolar esté atravesado por la idea de hacer más amena e integradora la educación, con experiencias, unas veces interesantes y otras ridículas, y se mantenga permanentemente apagado el elemento más dinamizador para los alumnos. Sólo se podrá llevar adelante el plan de Alegría, sin perjuicios, si el silencio de los móviles personales se compensa con un uso más intensivo de pantallas digitales, ordenadores y tabletas públicas. Por si les sirve de referencia, aquí hace mucho que nadie usa la Olivetti.