Álvarez-Cascos ha afirmado que los cargos públicos del PP involucrados en la trama Gürtel tienen toda la razón para no sentirse investigados con ecuanimidad. El ex ministro de Fomento señaló que hay una camarilla dentro de la Policía Judicial que ha manipulado pruebas. La vicepresidenta De la Vega manifestó que Álvarez-Cascos debe aportar pruebas concretas y acudir a los tribunales; en caso contrario debe rectificar. La vicepresidenta consideró “intolerables” sus declaraciones.

El político asturiano vuelve a ser foco de atención nacional por segunda vez en diez días. La presente semana está marcada políticamente por el caso Gürtel, al igual que la anterior estuvo centrada en el caso Matas, o Palma Arena, según que se coja como referencia al político procesado o el cuerpo del delito. La dirección nacional del PP se encuentra a la defensiva, con Dolores de Cospedal tratando de achicar espacios, utilizando la táctica equivocada de ser contundente en las palabras y ambigua en los actos: o se manda a Luis Bárcenas para su casa, o se le deja en su escaño con el carné del partido y el despacho abierto a su disposición. Causar baja como militante y ser activo senador dentro del grupo parlamentario es una contradicción que demuestra más la confusión que reina en la sede de Génova, que un gesto contundente contra la presunta corrupción.

Álvarez-Cascos estuvo en Sevilla en la víspera de hacer las declaraciones sobre el caso Gürtel. En la capital andaluza ocupó plaza al lado de Aznar, para conmemorar los veinte años de haber tomado las riendas del partido. Aunque las declaraciones del ex ministro de Fomento tengan consecuencias externas, lo más interesante es la lectura dentro del PP. La intervención de Álvarez-Cascos sirve para mostrar que hay dos posibles estrategias. Una viene personalizada por Rajoy, De Cospedal o Sáenz de Santamaría, que consiste en buscar el gobierno por la vía de explotar la estadística del paro. Y callar en el resto de asuntos. La otra está encarnada por Esperanza Aguirre o por Álvarez-Cascos, y busca plantear batalla ideológica y política en todos los terrenos, aunque las condiciones sean adversas. Ante los silencios de Rajoy o las obviedades de la secretaria general, llega el ex ministro y apela a la dialéctica de la legislatura, 1993-1996, cuando el PP de Aznar se hizo con el poder.