Las penalidades ferroviarias, que van desde la interminable inestabilidad de la ladera de Campomanes, pasando por el desastre de los proveedores con al material rodante y terminando con el incumplimiento del plan de cercanías y de todas las obras relacionadas con él, como la entrada del tren en Gijón, han hecho que la elite de la región (Principado, oposición, patronal) centre su respuesta en obtener compensaciones.
Vaya por delante que entiendo el gozo de políticos y agentes económicos y sociales si el Gobierno nos compensara con inversiones y gasto público al por mayor, pero no es probable que el Ministerio de Transportes se sienta impresionado por la demora en entrar en servicio los trenes Avril en la línea Gijón-Madrid. A los asturianos nos parece el colmo de la imprevisión y la ineficacia lo que sucede con esos trenes, porque llevamos acumulados tantos sinsabores como obras ejecuta el ministerio en nuestra región, pero para Adif y Renfe la tardanza en sustituir unas máquinas por otras no pasa de ser un efecto colateral de trabajar en un mercado tensionado (es tan creciente la demanda de trenes de alta velocidad que los oferentes están superados). Alejandro Calvo, consejero de Fomento, habló de pedir mejoras en las tarifas, actuaciones en infraestructuras y declaraciones de servicio público, pero dudo que por hacer más larga la lista de peticiones se logren más frutos. Seamos realistas.
En Asturias, desde el siglo pasado la estrategia de las compensaciones está en el centro de la actuación sindical y política. Hace cuarenta años, Carlos Solchaga ofrecía el trueque de cerrar Hunosa a cambio de 25.000 millones de pesetas. Quince años más tarde se creó el plan de los fondos mineros para compensar el cierre de los pozos. Clausuro las minas y os construyo la ‘Y’ de Bimenes por la que no pasan coches y un campus universitario sin alumnos. Me niego a aprobar esa forma de proceder. De esa cultura viene nuestra agudeza para pedir que nos hagan inversiones y paguemos precios especiales, como forma de rentabilizar nuestras desgracias. Es una operación falsa. Las inversiones las tiene que hacer el Gobierno porque forman parte de un plan aprobado. En cuanto a los ‘superprecios’, es un premio que comparte filosofía con las rebajas de los comercios de final de temporada. Pasamos de ser una región que se movilizaba y presionaba, a otra oportunista que aspira a dádivas y chollos. De ser mayores de edad a menores de edad. La cura debe empezar por lograr que nos vuelvan a respetar.