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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: Aquellas películas en el Palladium

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“Un pedante es un estúpido adulterado por el estudio”. (Unamuno).

“La película de gánsteres no es emotiva, como podría pensarse, sino más bien intelectual. ¿Julio Verne escritor del viaje? En absoluto, es el escritor del encierro”. (Barthes).

 

Aquellos talonarios con vales que servían de descuento en las entradas del cine Palladium eran toda una certificación de pertenencia a un club muy selecto, el de los sesudos espectadores de películas de arte y ensayo que se permitían hacer farragosos y pedantes comentarios sobre películas consideradas de culto que no siempre eran obras maestras. Pero lo esencial consistía en la interpretación, en muchos casos, sin haber leído el libro de  Susan Sontag que se ocupaba precisamente de eso.

Eran los tiempos en los que, a falta de conocimientos profundos y de mentes analíticas, lo que contaba era el envoltorio, la puesta en escena. Se acudía a las tertulias con libros de Hegel  y de Sartre, entre otros, (“La fenomenología del Espíritu”y “El ser y la nada”, por ejemplo) y siempre se encontraban pretextos para hablar sobre la guerra del Vietnam, sobre el mayo del 68, sobre los graves defectos de la burguesía y, por supuesto, sobre alguna película que requiriese grandes divagaciones.

Ése era el modo de conducirse, por lo general, de la generación de nuestros hermanos  mayores generacionalmente hablando, es decir de los sesentayochistas. Y nosotros, a falta de otros interlocutores, los escuchábamos con respeto, formalidad y, en no pocos casos, con emoción. (La ironía quedaba para la intimidad).

Debo confesar y confieso que una de las imágenes más recurrentes que conservo en mi memoria con respecto al cine Palladium era el momento mismo en el que la gente desandaba la sala camino de la calle. Se diría que, a juzgar por los movimientos de los brazos, daba comienzo una interpretación que amenazaba con ser muy larga. De eso se trataba para muchos, de explicar punto por punto aquello, de destripar los contenidos y, sobre todo, el mensaje. ¡Tremendo!.

Cine de arte y ensayo. Películas con enjundia. Resultaba prohibitivo decir que alguna de aquellas películas era un auténtico tostón, que sí los hubo, al lado, sin duda, de verdaderas obras maestras. Pero no se podía blasfemar cinematográficamente hablando.

Cine Palladium. Había que ir allí para estar al día de las películas del séptimo arte que no incurrían en el imperdonable pecado del entretenimiento o del divertimento. Frivolidades las justas, oiga usted. Lo transcendente era obligatorio e irrenunciable.

Por razones generacionales, me incorporé tarde al público espectador del Palladium, pero sí tuve ocasión de asistir a películas pesadísimas y de presenciar esas escenas de interpretación peripatética a las que antes hice mención que arrancaban en el momento mismo de abandonar la sala.

 

Cuando se escriba pausadamente la historia de aquellos años setenta y primeros de los ochenta, seguro que se incidirá en que el arsenal de conocimientos del que muchos alardeaban, menguaba mucho con la cocción necesaria de realidad, pero también es cierto que, a diferencia de estos tiempos, se consideraba muy importante exhibir cultura aunque sólo fuese con el envoltorio de libros pocas veces leídos enteramente, así como la interpretación de películas que formaban parte de los usos y costumbres de entonces.

Cierto es que en aquel Oviedo del tardofranquismo y de los primeros años de la transición política,  el cine Palladium nos dio la oportunidad de conocer un amplísimo repertorio de películas no comerciales que, sin duda, nos aportó mucho.

Dicho lo cual, debe añadirse a ello que el Palladium es una referencia obligada para conocer la mentalidad de la adolescencia más o menos avanzada y de la juventud de una época en la que las inquietudes nada tenían que ver con la ramplonería que, en todos los órdenes, se vive en esta época.

Cine Palladium. ¿Cómo no recordar, a lado de películas extraordinarias, algunos tostonazos memorables? Antes de que se divulgase el chiste fácil de un anuncio en el que se enseñaba el búlgaro, pudimos ver una película tremebunda titulada “Cuerno de Cabra”. ¡Madre mía, qué plomizo fue aquel film! Sobre todo, truculento. Y, a la hora de sacar algo en limpio de la historia que se nos ofrecía, nos encontramos con el terrible problema que suponía haber asistido a una especie de pesadilla donde se vuelven realidad las hipótesis más catastrofistas. No es que las cosas les salgan mal a los protagonistas, es que resulta casi inconcebible que puedas sucederles algo peor de lo que les ocurre.

Cine Palladium. La última película que vi allí fue una de las grandes creaciones de Visconti: “La caída de los dioses”. Languidecía septiembre. Y, al salir del cine, en ningún momento pensé que lo abandonaba por última vez. De todos modos, fue una despedida a la altura de las circunstancias, aquello no era ningún tostón y plasmaba un momento histórico que siempre horrorizará a la humanidad. Lo plasmaba  un genio del cine.

Arte y ensayo, películas subtituladas, interpretaciones –insisto- a menudo, tan vacuas como grandilocuentes que tenían como medio deslumbrar para alcanzar un fin humano, demasiado humano, que diría Nietzsche.

Un tiempo tan ingenuo en el que se pensaba que estaba a nuestro alcance interpretarlo todo, tan sólo con la herramienta del envoltorio de una sesuda cultura que, en la inmensa mayoría de los casos, no se atesoraba ni de lejos.

 

Cine Palladium. Sin duda, fue una ventana abierta – y no pequeña- a una ambición estética que buscaba un cine que pretendía, en muchos casos, ir más allá de una evasión, ir más allá de una conformidad con visiones amables y ñoñas de la vida. Sin duda, cumplió una misión importante en el Oviedo de aquellos años donde la juventud aún tenía la esperanza de interpretar el mundo y transformarlo.

Cine Palladium, tiempos aquellos donde casi todo estaba revuelto y mezclado, donde el marxismo convivía con el existencialismo, donde el estructuralismo empezaba a dejarse oír con fuerza, donde el conformismo no iba en el guion.

Allí no se iba buscando la oscuridad propicia y cómplice a falta de otros recursos para acercamientos tórridos. En todo caso, se acudía para que la interpretación fuera un preámbulo. Y el “después de”, entre el humo de los cigarrillos, estuviese amenizado con un intercambio de opiniones muy propio de Tolstoi, es decir, hablando de guerras, de paz y de revoluciones.

Cine Palladium. Si no hubiese existido, resultaría obligado inventárselo.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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