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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: Calle Santa Susana: Instituto y Colegio

“La felicidad es un cómo, no un qué; un talento, no un objeto.” (Hermann Hesse).
“Ser diferente no es ni bueno ni malo, simplemente significa que tienes el suficiente coraje para ser tú mismo”. (Camus).

Últimos días de septiembre de 1967. En la calle Santa Susana de Oviedo, la autoridad docente nos confirmó a mis padres y a mí que las clases darían comienzo el 3 de octubre. Tocaba empezar aquel bachillerato anterior al BUP que iniciábamos a los diez años. Melancolía septembrina en la luz de aquella jornada, melancolía septembrina en la que ya se añora, incluso siendo niños, ese verano que acaba de irse. Melancolía septembrina que, en mi caso, dejaba una inolvidable etapa atrás.
Calle Santa Susana, digo. Casi frente por frente, un Instituto, el Alfonso II y un colegio, el Auseva, cuya titularidad era de los hermanos maristas. De modo y manera que la enseñanza pública y la privada coincidían en aquella vía pública. El Estado y la Iglesia. La Iglesia y el Estado, y eso en pleno franquismo.
Pero, a los diez años, no era el caso reparar en tales disquisiciones, sino ir almacenando imágenes y vivencias que en su momento tocaría analizar, momento que, claro está, se encontraba lejos.
¿Cómo éramos, Dios mío, cómo éramos? Yo diría que, ante todo y sobre todo, nos apoderaba lo agridulce, acorde con la estación del año en aquel septiembre del 67. Yo diría que, ante todo y sobre todo, aquellos dos centros docentes eran muros, altos, casi inexpugnables, en cuyos interiores tocaban largas horas de estancia en las aulas. Y tocaba estar atentos a cuanto se nos encomendaba, desde el comportamiento que había que observar hasta los trabajos y los días que nos correspondía llevar a cabo, con más o menos ayuda, con mayor o menor interés.
¿Cómo éramos, Dios mío, cómo éramos? Largas, muy largas jornadas docentes, mañana y tarde. Media hora de recreo, y la libertad recuperada cuando regresábamos a casa, bajando por el Campo de San Francisco.
Ocasiones había en las que, desde los ventanales de las aulas, nos observábamos de un centro docente a otro. Rara era la ocasión, sin embargo, en la que se hacían comparaciones.
También es cierto que, a pesar de la cercanía, entre acera y acera, y a pesar también de que los horarios entre ambos centros no eran muy dispares, apenas había comunicación verbal entre ambos alumnados, que vendría pocos cursos después, cuando coincidíamos en la Boalesa y también en una sala de juegos en la calle Rosal que se llamaba Las Mil Millas.
Así pues, nos unían el local en el que comprábamos los primeros cigarrillos sueltos y la sala de juegos en la que poníamos toda la pasión por obtener los puntos que daban derecho a otra partida. Así pues, nos unió lo prohibido, o, en todo caso, lo que no estaba muy bien visto, como fumar y también lo lúdico. Los estudios quedaban para otros momentos y para otros enclaves. Es más: puedo asegurar que apenas recuerdo conversaciones en las que se comparasen exámenes, libros de texto y niveles de exigencia en las materias que estudiábamos.
Cierto es que hubo quienes pasaron por los dos centros, pero, hasta donde sé, no se trataba de algo frecuente.
Calle Santa Susana: Instituto Alfonso II y Colegio Auseva. Dos centros con su prestigio. El primero de ellos contaba con aquellos viejos catedráticos de Instituto que estaban con un pie en la Universidad, que tenían su doctorado y que publicaban e investigaban. En cuanto al colegio Auseva, su impronta en la ciudad no pasó ni mucho menos desapercibida.
Calle Santa Susana: Instituto Alfonso II y Colegio Auseva. Hablamos de los años en los que no había enseñanza mixta. Hablamos de los años en los que la distancia entre docentes y discentes era acaso excesiva, justamente el extremo contrario al actual. Hablamos de los años en los que aquello que se llamaba Formación del Espíritu nacional (que no racional) formaba parte de la moralina que con tanto empeño se pretendía inculcar.
¿Cómo éramos, Dios mío, cómo éramos? Confieso que cuando, pasados los años, supe que en el Instituto Alfonso II daba clases don Pedro Caravia, lamenté mucho que, por razones de edad, no pude ser alumno suyo.
Confieso también que, sin ánimo de incurrir en discursos plañideros, me aflige no poco ser consciente de pertenecer a una generación que, como alumnos, recibimos una enseñanza marcada por lo despótico y el autoritarismo, mientras que, como docentes, se nos degradó y se nos degrada hasta lo insufrible. Pero no toca aquí hablar de esto último.
Calle Santa Susana: Instituto Alfonso II y Colegio Auseva. Los respectivos anecdotarios intramuros darían mucho de sí. Hubo personajes inolvidables no siempre para bien.
Pero, en todo caso, décadas después, ahí sigue el Alfonso II, con su enorme recorrido en el tiempo, con su reloj, con sus inolvidables escaleras que llegan hasta la entrada principal. Ahí sigue, funcionando también en horario nocturno. Ahí sigue aquella puerta lateral que daba a la calle Calvo-Sotelo que daba acceso a la secretaría del centro. Ahí sigue también al otro extremo aquel acceso a las aulas a través de un largo pasillo.
¿Cuántos años habrán trabajado en el Instituto Alfonso II personajes como Teo, al que era frecuente ver por secretaría, o Lázaro, un conserje que contaba su estancia en el centro por décadas?
En su momento, se publicó un libro sobre la historia de este Instituto, que pasó ya por diversas etapas históricas, desde los tiempos en los que existían exámenes libres a los que acudían los alumnos que no residían en Oviedo, en una época en los que apenas había institutos en Asturias, hasta la actualidad.
Calle Santa Susana. Infancias prolongadas, adolescencias que se resistían a llegar. Por el medio, anecdotarios muy repletos y repetitivos. Por el medio, gabardinas, gafas oscuras, largos silencios, toses continuas, miedos, diversiones.
Por el medio, la intrahistoria de una infancia en la que el famoso mayo parisino quedaba para los telediarios. A los once años, en un país cerrado a cal y canto, no tocaba entender el mundo, tocaba oír, ver y callar.
Tocaba, sobre todo, obedecer.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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