UN MES “ENREDADOS”
‘A pesar mío, se me impone con frecuencia la necesidad de conceder a la preocupación política la primacía sobre todo otro orden de preocupaciones, lo cual es harto enojoso para mí y harto triste para el país en donde me cupo la desdicha de nacer a deshora’. (Pérez de Ayala).
Desde hace un mes, vamos conociendo detalles del llamado ‘caso Enredadera’, detalles que no hacen más que corroborar la existencia de unas prácticas caciquiles y corruptas, consecuencia todas ellas de aquel furor por las privatizaciones de los servicios públicos, que tantos falsos profetas tuvieron y siguen teniendo.
Leer, día a día, extractos de las conversaciones que se vienen publicando en EL COMERCIO supone, como poco, estupor, al tiempo que ponen de relieve el parasitismo de determinados personajes que entraron a saco en crear empresas que sólo tienen como objetivo esquilmar dinero público al pueblo soberano. Desde luego, la catadura moral de estos personajes se refleja claramente en las referidas conversaciones.
Por otra parte, el Equipo de Gobierno municipal, previo informe de la Abogacía Consistorial, decidió personarse en el caso como acusación particular. No deja de tener su justicia poética el hecho de que, en un municipio que fue pionero en las privatizaciones, llegado el momento haya un equipo de gobierno que no sólo no obstaculiza el esclarecimiento de los hechos, sino que además se pone en cabeza de las investigaciones.
Hasta tal punto es esto así que el concejal Rubén Rosón afirma la voluntad del equipo de gobierno ovetense de colaborar con otros ayuntamientos en los que también existen contratos con las empresas implicadas en el ‘caso Enredadera’.
Y, por si todo lo que se sabiendo fuese poco, resulta que el diputado conservador Matías Rodríguez Feito vincula dos contratos de las empresas afectadas en el caso con una de las consejerías del Gobierno autonómico. Desde luego, el enredo de marras no es pequeño.
Ciertamente, a la ciudadanía deseosa de una vida pública respirable y honesta le queda muy poco a lo que agarrarse, pero hay que reconocer que, al menos, el poder judicial, en ocasiones como la presente, funciona, poniendo las cosas en su sitio y persiguiendo irregularidades.
Aún nos queda mucho por saber, pero, en todo caso, habrá que preguntarse cómo fue posible que ocurrieran estas cosas, cómo fue posible que no funcionasen los controles que se supone que existen, cómo fue posible que casi nadie quisiera darse cuenta de cómo y cuándo se vino gestando ese parasitismo ante el dinero público.
