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Luis Arias Argüelles-Meres

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Recuerdos de Oviedo: El Borrachín

«La poesía no va a ir llamando a las puertas. La poesía hay que merecerla, sin que esto parezca una arrogancia». (Antonio Martínez Sarrión).

Calle Telesforo Cuevas, tan cercana a la Avenida de Galicia, tan próxima a calles muy transitadas por coches y peatones. Sin embargo, mucho antes de que llegase Gabino de Lorenzo a la Alcaldía y mandase –además de otras muchas cosas– peatonalizar, la vía pública de la que les hablo nació con vocación de ser transitada por peatones, como un espacio ajeno al tránsito rodado.

Calle Telesforo Cuevas. Pongamos que mi primer recuerdo en El Borrachín data del año que da título a la novela de Orwell. Una tarde de primavera. Desde la terraza vimos pasar a un ciudadano que paseaba a dos perros, aunque, a decir verdad, los dos pastores alemanes que llevaba sujetos de una misma correa tiraban de él con tanto ímpetu que hacían que nuestro hombre caminase con la lengua afuera. Llamaba la atención el agotamiento y la desgana de un señor tan bien trajeado, de aquellos que cuidaba tanto su imagen, según los cánones estéticos del momento. Por mucho que fuese impecablemente trajeado, como un hombre de éxito de la época, se diría que el empuje de los perros lo ridiculizaba.

Más allá de esa anécdota, lo cierto es que mis primeros recuerdos del establecimiento del que estamos hablando fueron en la terraza y por las tardes. Ya ven: muchos años antes de que se decidiese la prohibición de fumar en los establecimientos hosteleros, había bares que tenían la terraza como su principal reclamo, al menos para no pequeña parte de la clientela.

Otra tarde de primavera del mismo año, pasó por delante de nosotros un hombre con un aspecto muy diferente al otro personaje del que hablé más arriba. Caminaba enfrascado en la lectura de un libro, que seguramente era de poesía, y complicaba su tránsito subrayando a la vez que continuaba su andadura.

Cuando lo perdimos de vista, sin necesidad de hacer comentario alguno por nuestra parte, pensamos en lo llamativo que resulta que, al leer un libro, lo que vemos, en realidad, no es la página, sino el universo al que nos remiten sus palabras. Además, tampoco vemos el exterior, nos movemos a tientas, con muy breves pausas en la lectura para evitar choques o caídas siempre indeseadas.

Curiosamente, el azar dispuso que mi estreno como cliente en El Borrachín por la noche fuese un año después, una noche del mes de mayo, una noche cálida, con viento sur y con la luna en creciente, es decir, con todos los requisitos para asentarse en la terraza, viendo el mundo pasar y disfrutando de la delicia de aquel viento que empujaba a las nubes, de aquella luna que mandaba destellos de complicidad a quien quisiera contemplarla.

Teníamos muy reciente la lectura de ‘1984’, de Orwell, que también habíamos visto en su versión cinematográfica en la que un actor de la talla de Richard Burton daba acaso su último regalo en una gran película. Ajenos, muy ajenos, estábamos, sin embargo, a lo que llegaría a suceder cinco años después con la caída del Muro de Berlín.

Lo cierto es que en una década como aquella, en la que se respiraba una libertad tan saludable como irrenunciable, no podíamos ver con buenos ojos los horrores de un totalitarismo del que Orwell, sin vendas y sin prejuicios, se había hecho eco cuando la mayor parte de la intelectualidad europea miraba para otro lado.

Las cervezas que nos sirvieron estaban deliciosas. Nuestro entusiasmo con la valentía de Orwell nos hizo pasar una velada muy agradable.

Aquello sí que era vivir el momento, el ‘carpe diem’, acaso creíamos que no valía la pena preguntarnos cuándo se acabarían los totalitarismos en el mundo, no porque ello careciese de importancia, sino porque estábamos muy lejos de tener respuesta para aquello. Nos alegraba haber dejado atrás una dictadura. Nos llenaba de euforia la atmósfera de libertades que en aquel momento se respiraba en nuestra sociedad.

Buenos y excelentes libros, entre ellos, los de Orwell; música inolvidable, por ejemplo, excepcionales canciones de Pink Floyd; películas que dejaban huella, por ejemplo, las de Visconti. Y, ante todo y sobre todo, sueños, nuestros sueños, que se ponían en marcha por el mero hecho de haber dejado atrás horrores y represiones.

Siempre, aparte de los ejemplos anteriormente expuestos, había libros dignos de ser devorados, canciones de ensueño que nos llevaban a delirar, películas memorables con escenas que nos hacían percibir lo sublime del llamado Séptimo Arte. Todo ello, en un tiempo y en una edad en el que todo estaba por venir, a pesar de que Ángel González dijese lo contrario en un poema inolvidable.

No sé hasta qué hora permanecimos aquella noche en El Borrachín, sí recuerdo que estuvimos cerca de ser los últimos en marchar.

La terraza estaba llena de gente. Aquella noche nadie tenía prisa en El Borrachín.

Poco antes de irnos, apareció por allí un personaje muy célebre. En el bolsillo de la americana llevaba un periódico engurruñado. Se detuvo a hablar con unos colegas suyos que, como él, hablaban de tener grandes amistades entre los políticos más importantes del momento.

Aquello fue no sólo una euforia de la amistad, sino también un intercambio de palabras en el que el grandonismo alcanzó alturas vertiginosas.

De vez en cuando, llegaban los ruiditos de una máquina de las de entonces, que no era una tragaperras, sino un juego para matar marcianos. O algo así.

Y aquel trío de intelectuales con grandes contactos entre los mandamases políticos decidieron entrar al establecimiento y pedir vez para jugar en la máquina.

Vaya usted a saber por qué, había uno que citaba continuamente a Roland Barthes cuando empezaron a jugar.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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