“Encerrado en aquella modesta celda de un convento provinciano llegó a ser uno de los españoles más cultos de su tiempo, y su insaciable avidez de adquirir conocimientos y de comunicarlos le permitió llevar a cabo una de las obras de mayor influjo y trascendencia que conoce nuestra historia literaria”. (Juan Luis Alborg).

Con la figura del padre Feijoo, comienza esta publicación que tendrá como protagonistas a personajes ovetenses, no necesariamente nacidos en Oviedo, cuyas vidas están muy vinculadas a nuestra ciudad.

El orensano Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro nació el 8 de octubre de 1676 ven el pazo de Casdemiro a orillas del río Miño en la provincia de Orense y falleció en Oviedo el 26 de septiembre de 1764. Desde 1709 residió en nuestra capital tras obtener la cátedra de Teología en la Universidad de Oviedo.

No sólo estamos hablando de una figura clave en la historia intelectual de España, sino que además con el benedictino da comienzo una estirpe de personajes que, sin apenas haberse movido de este rincón provinciano, supieron asomarse al mundo y captar lo que Ortega llamó “la altura de los tiempos”, desde una Asturias y desde una España que estaban muy rezagadas con respecto a lo que entonces bullía en Europa.

Feijoo, como dice Alborg en las palabras que encabezan este texto, desde su celda benedictina, desde aquel Oviedo muy alejado entonces no sólo de Europa sino también del resto de España, se empapó del espíritu de su tiempo, combatió las supersticiones tan omnipresentes entonces y alcanzó un merecido prestigio en el ámbito intelectual.

Pero no sólo fue una referencia decisiva en su tiempo, sino que además fue reivindicado en el siglo XX por personajes de la talla de Pérez de Ayala y de Marañón, que, entre otras cosas, admiraron su asombrosa capacidad para adelantarse al tiempo. Por ejemplo, a Pérez de Ayala le llamó muchísimo la atención la ironía con la que el benedictino habló sobre el falso patriotismo. Y Marañón le dedicó un libro decisivo acerca de las ideas biológicas de nuestro personaje.

Fue, según Juan Marichal, “el desengañador de la Españas”. Fue, al decir de Pedro Salinas, un ensayista de referencia para nuestra generación del 98. Fue, en fin, el sabio que trituró supersticiones y que combatió la ignorancia de su tiempo.

En su trayectoria, hay dos fechas decisivas. En 1726, comienza la publicación de el “Teatro Crítico Universal”. Para Alborg, esta obra venía a significar “algo así como escenario crítico de todas las materias”. Con este libro, las ideas y creencias de su tiempo se sometieron a examen, a un examen riguroso y certero.

En 1742, comienza la publicación de las “Cartas eruditas”. “Son 280 textos en los que se tratan temas de filosofía, economía, ciencias naturales, medicina, política, moral, ideas religiosas, enseñanza, historia, literatura”, tal y como planteó José Caso González.

Feijoo, su celda, en la que tan prodigioso rendimiento sacó a sus trabajos y sus días. Feijoo, en la plaza ovetense que lleva su nombre, al lado de la antigua Facultad de Filosofía y Letras, al lado de la actual Facultad de Psicología.

Feijoo, su ambición por el saber, su ironía, su continuo combate contra la superstición y la ignorancia, su apuesta por los derechos de la mujer.

Feijoo, el pionero en saber asomarse al mundo desde la insularidad existencial que tanto nos define y nos constriñe. Orensano de nacimiento, ovetense de adopción.

Con él, nuestra ciudad abre las puertas a la Ilustración.