¡Qué especiales son todas esas imágenes que dan cuenta del abandono y del vacío! Por ejemplo, un botellín de cerveza que aún no se consumió del todo pero que ahí se queda sin recoger, atestiguando de algún modo el último momento que se vivió en ese espacio en concreto. Por ejemplo, con perdón, ese cenicero con las colillas de los últimos pitillos que se fumaron, y así sucesivamente.
Pues bien, algo de eso habrán pensando los encargados del local de Telepizza en el Calatrava que decidieron regalar sesenta pizzas que les quedaban en sus neveras antes de echar el cierre definitivo. Estoy seguro de que, en el momento mismo de abandonar el local, echaron un último vistazo, siendo conscientes de lo que allí dejaban, de lo que vino siendo aquel local en su día a día, frente al vacío al que se vieron obligados.
¿Quién se iba a imaginar un final así para el Calatrava, cuando se inauguró en medio de tanta megalomanía y despilfarro? Al recuerdo, físicamente sepultado y derruido, de tantas tardes de gloria del Real Oviedo, ahora hay que sumar el silencio y el abandono de una actividad comercial que se acaba de cancelar hasta nuevo aviso.
Tampoco puedo dejar de preguntarme qué habrán pensado y sentido los viandantes que, inesperadamente, se vieron agasajados con las pizzas. Supongo que al sabor propio de las tales se les sumó el de la despedida.
¿Y qué podrán estar pensando los artífices del Calatrava, los que querían hacer de Oviedo un Camelot a su modo y manera, los que afirmaron que aquello era un gran proyecto para la ciudad?
Dejando de lado la más que discutible estética del edificio en cuestión, todavía me sigo preguntando por qué entró allí la Administración autonómica, qué necesidad tenía de aquello, de qué sirvió.
Pizzas. Un regalo inesperado consecuencia de un cierre anunciado, consecuencia de un fracaso de un modelo de ciudad que está haciendo aguas por todas partes.
Sólo nos queda imaginar lo que pudo haber quedado en todos espacios ahora vacíos, si es que quedó algo, en las últimas palabras antes de cerrar las correspondientes puertas, en las últimas miradas de quienes pasaron allí sus jornadas trabajando, en las últimas miradas de los clientes que, casualmente o no, se asomaron por allí horas o días antes de que los cerrojos lo acallaran y lo cegaran todo.
El sabor de esas pizzas, la oscuridad al otro lado de los cerrojos, el silencio clamoroso. Y, ante todo y sobre todo, el fracaso de un grandonismo que tanta ruina está dejando tras de sí.
Hornos fríos, locales a oscuras, miradas internas hacia aquello que ya no puede ser visto.