Fue pionero de los estudios de Economía en la Universidad
Fue autor de teatro, novela y poesía y estudiante de Astronomía en París
Recibió en su casa, en Grao, a Manuel Azaña y a García Lorca
Este moscón universal (1891-1982), escritor, polígrafo, economista, es una de las grandes figuras asturianas de la Generación del 27. Como el propio autor señaló, pasó de «los cuentos a las cuentas». Hasta tal extremo fue ello así que, en una ocasión, su maestro y amigo Ortega y Gasset le preguntó qué es lo que estaba dejando de ser. Autor de dos novelas, ‘Sentimental Dancing’ y ‘Naufragio en la Sombra’, también cultivó el teatro con ‘Tararí’, pieza dramática que entraría perfectamente en el teatro del absurdo, así como la poesía con el libro ‘Reflejos’.
Valentín Andrés Álvarez fue pionero en España como catedrático de Universidad de Economía y nos encontramos ante uno de los autores que supo analizar mejor el alma asturiana, nuestra vida, nuestras ciudades, nuestro campo. Dejó escrito sobre Oviedo: «Millares de siglos antes de existir Oviedo, el Naranco ya era ovetense… Cuando el hombre de Oviedo sintió viva y punzante su ansia de inmortalidad, se fue a la montaña, le dio una gran puñalada en un flanco y sacó de sus entrañas bloques de piedra; los bajó al poblado y, con ellos, delicados artífices, llenos de fe, expresaron sus ansias inmortales en la filigrana magnífica de la Catedral».
Añadirá: «¡Torre de la Catedral de Oviedo, mástil de la ciudad anclada a la orilla del Naranco! En ella, el espíritu de la ciudad encarnó en las entrañas de la sierra; en los nudos de sus filigranas de piedra está prendido lo inmortal con lo perecedero, lo eterno y lo vivo, la montaña y la ciudad. Es un trozo del Naranco, hecho ciudad para sentir la caricia de la vida, es un trozo de ciudad esculpido en pedazos del Naranco para calmar su ansia de inmortalidad». La belleza de la prosa es envidiable, al tiempo que acierta de pleno a la hora describir lo más genuino de Oviedo: el Monte Naranco y la Catedral.
Acerca de las tres grandes ciudades asturianas, las definió con una precisión admirable: «Avilés, Oviedo y Gijón forman el triángulo central en que se plasma el espíritu de la región: son las tres potencias del alma de Asturias: Avilés, la memoria; Oviedo, el entendimiento, y Gijón, la voluntad».
También son memorables las palabras que dedicó al campo asturiano, al alma de los labriegos: «El labriego que cuida el verde de las praderías, siembra maizales, planta pumaradas y adorna corredores, solanas y paneras con doradas colgaduras de ‘panoyas’, al trabajar su hacienda es un artista decorador de paisajes y así se plasma la transformación poética y mágica de la Economía en Estética; porque toda la policromía de los valles florecidos es promesa de una riqueza que fue antes belleza».
Tampoco tienen desperdicio sus escritos sobre la arquitectura asturiana más genuina: «Por su naturaleza, por su historia, por todo su ser, la casona es el anticastillo. El castillo se hizo para la guerra y la casona para la paz… Por eso, del castillo, cumplida su misión, no quedan más que ruinas, románticos recuerdos del pasado, mientras que la casona es pasado, presente y porvenir, porque en ella arde el fuego de un hogar, mantenido por el tronco de la estirpe». Acerca de aquel tiempo en el que los serenos madrileños procedían mayoritariamente de Asturias, tuvo la genial intuición de escribir que aquellos hombres tenían la llave de los sueños de las gentes de la capital.
Por otra parte, fue muy consciente de la importancia de los indianos en el progreso de Asturias durante las primeras décadas del siglo XX: «Pero hubo un grupo de españoles que supo sobreponerse al desánimo general del país (…) Este grupo lo formaban los indianos ricos repatriados de Cuba. Unos liquidaron los negocios que tenían y trajeron sus capitales; otros no los liquidaron pero vinieron a España para gastar aquí sus rentas». Juan Cueto Alas habló en estos términos acerca de don Valentín: «Él bailó el primer tango de París pero también la última danza prima de Grado».
Por su casa de Grao pasó don Manuel Azaña en 1918, cuando el entonces director general de Registros vino a Asturias presidiendo un tribunal de oposiciones al cuerpo jurídico del Estado. También lo visitó García Lorca en su estancia en la villa moscona con la compañía teatral ‘La Barraca’. Valentín Andrés Álvarez, discípulo y amigo de Ortega, pionero de los estudios de Economía en la Universidad española, estudiante de Astronomía en París, aunque lo que se trajo de allí fue un premio en un concurso de tangos, tertuliano en el Regina, en el Café Pombo, en la Granja del Henar. Es acaso la figura asturiana más importante de la mal llamada Generación del 27.