Así se titula el documento que mide las destrezas intelectuales de los españoles adultos, y que levantó en España una notable polvareda mediática. El informe es prolijo: 460 páginas. Un “tocho”, como se dice ahora. Así que, tras un somero vistazo, agavillamos algunas impresiones.
Nos fustigamos por ello pero, en realidad, los resultados nos sitúan donde uno espera estar al compararse con la élite mundial de naciones. A cierta distancia de Japón, Australia, Holanda o los países nórdicos. Pero, en la mayoría de los parámetros, junto a los países más parecidos a nosotros, como Italia o Francia. Compartimos con ellos catolicismo, “cultura” del vino, renta parecida y reciente pasado rural. El trabajo deja fuera a Portugal, Grecia o buena parte del Este de Europa. Sí aparecen, ocasionalmente, Marruecos, México o Chile. Y, por mediocres que sean nuestros resultados, estamos mucho más lejos de ellos que del pelotón de nórdicos y asiáticos. Por ahora.
Porque, creo, lo más preocupante que refleja el trabajo es que el estancamiento de nuestro avance en relación con las demás naciones de la OCDE. Sí, progresamos, pero no más que ellas, por lo que consolidamos el retraso. El gran salto adelante educativo en España -según el informe- se observa en la ciudadanía que cuenta ahora entre 45 y 55 años, que avanzó el doble frente a la cohorte anterior -55-65 años- que sus coetáneos de la OCDE. El avance se ralentiza en el grupo de edad 35-45 y se detiene en el de 25-35. Ese gran salto adelante fue protagonizado, básicamente, por la generación que vivió la urbanización española de las décadas de los años 60 y 70, pero también la Ley de Educación de 1970, la de Villar Palasí, aquella de la EGB, el BUP y el COU y la escolarización obligatoria.
El informe escudriña también nuestras habilidades con Internet. Y resulta que no sólo somos menos hábiles que nuestros socios de la OCDE, sino que nos servimos de él menos que ellos para hacer negocios y, desde luego, para interactuar con nuestros representantes públicos…Curioso. Es más, la participación en la vida comunitaria y la crítica institucional resulta directamente proporcional a las habilidades lingüísticas y numéricas. Ni que decir tiene que en España participación y crítica –más allá del bar- son relativamente bajas. También somos un país desigual en habilidades intelectivas. Por último: en todos los países, los mejor formados ganan más y disfrutan de mejor salud.
Quizá tengamos que pensar en cómo romper ese desfase tan consolidado con los países punteros de la OCDE. Y no sólo en formación, sino en todo. Como hicieron y aún hacen Japón y Corea. O no hacen el Reino Unido y EEUU. Colosal desafío. Ignoro si la Ley Wert –por cierto, el ministro menos “político” del gobierno y el peor valorado- será la herramienta apropiada. Quizá el problema de la polvareda mediática sea que se quede en eso; polvo que se lleva el viento, sin aposentarse para sostener una reflexión nacional sobre esa clave de bóveda del progreso: nuestra formación.