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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

Seis años y un mes

¿Pensando en las consecuencias de aquellos días?

Parece escampar la recesión cuando arrecian las memorias  exculpatorias. Los responsables de la cosa pública mientras se incubaba la depresión justifican en ellas su obrar durante aquellos años, cuando el triángulo del poder económico oficial se repartía entre el Vicepresidente Solbes (luego, Salgado) el Sr. Sebastián, Director de la Oficina Económica de la Presidencia (sustituido después por el Sr. Taguas) y, en el vértice,  jugando, dicen, al divide y vencerás, el anterior presidente del Gobierno. Tanto éste como el vicepresidente presentan estos días sus “recuerdos”.

El ex presidente acota su memoria a los últimos y “vertiginosos” seiscientos días de mandato. Un título de resonancias kennedianas, por aquello de los mil días de Schlesinger. Claro que la Moncloa, por entonces, no era Camelot. Justo los seiscientos días que escapan a los recuerdos del Vicepresidente, por entonces ya destituido. De manera que quizá podamos contar con una panorámica completa, aunque sorprendentemente contradictoria, del manejo económico de aquellos gobiernos. Me preocupa, sin embargo, lo que subyace en ese acotar las memorias  presidenciales a lo ocurrido desde mayo de 2010, cuando Mr. Obama, Frau Merkel y, parece, el mandarín de turno, alarmados, conminaron al monclovita  a poner en marcha otra política económica, hasta noviembre de 2011, cuando el PSOE es derrotado en las elecciones. Me preocupa porque demuestra que es ese el periodo del que se culpabiliza, el que necesita de justificar, aquel en el que gobernó maniatado, contra su voluntad. Y que, sin embargo, se siente orgulloso de lo anterior. Una idea que, creo, subyace también en el conjunto de los socialistas que, en su último aquelarre partidario, conjuraban esos seiscientos días que diluyeron su crédito esbozando un programa de gobierno en el que, nuevamente, parece que todo es posible.

Y ahí está, a mi entender, el error. Porque los días de vértigo no fueron esos seiscientos, sino los seis años y un mes anteriores, cuando parecía que el marxismo enterrado por el Sr. González en 1979 resucitaba al grito de “¡más madera, es la guerra!” que profería Groucho en los “Hermanos Marx en el Oeste”, haciendo estallar un motor económico que ya venía algo recalentado. Sólo un dato: el número de viviendas iniciadas en 2003 fue de 470.000, en 2006 era ya de 740.000. Por no mentar las temerarias evoluciones del crédito, del sector exterior o del gasto público.  O la reacción escapista ante la catástrofe. Lo que sufrimos –y seguimos sufriendo- después es consecuencia de nuestro gripaje económico, que da síntomas claros ya a principios de 2007, y su posterior combinación letal con la crisis financiera mundial de 2008. Sin embargo, parece que ni el PSOE ni, lo que es más grave, buena parte de los españoles, somos aún conscientes de aquellos excesos, tal y como les contaba, algo alarmado, la semana pasada.  Nos falta asumir, quizá, que no es posible pedir lo imposible, que las cosas no pueden ser lo queremos que sean, que aquellos días alegres de vino y rosas jamás volverán. O, al menos, no deberían volver.

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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