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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

Un fantasma recorre Europa

Un fantasma recorre Europa. Ahora no es el del comunismo, sino el de la desafección ante la democracia representativa. Decíamos la semana pasada que el gobierno de la res publica, sin recursos y con una ciudadanía alerta, exigente, deseando ser escuchada,  iba a complicarse.  Porque esta crisis ha dejado tiritando las haciendas de unas democracias que, en buena parte de Europa, se han legitimado no tanto per se, sino mediante inversiones masivas en capital público y bienestar  financiadas, primero,  por la presión fiscal y, luego, recurriendo al endeudamiento,  aprovechando un crecimiento económico excepcional. Lo que parece abrupto final de esa etapa, combinado con una demografía amenazante, seguramente impedirá seguir alimentando la legitimación por esa vía.

Exigencia y crisis de recursos de legitimación coincidentes además con una clase política que la ciudadanía percibe, y no sin motivos, rayana en la incompetencia. Es cierto que, hasta hace pocos años, la normalidad imposibilitaba un relato épico, a modo de de Gaulle, Adenauer o, incluso, Kohl o nuestro Suárez.  Pero tampoco se percibe una épica ante la crisis como la del  New Deal.  Además, la brecha formativa entre representantes y representados nunca fue menor que ahora. En el caso concreto de España es posible, incluso, que su nivel sea inferior al de hace cuarenta años. Añadan que la próxima generación,  siquiera en los grandes –y resquebrajados- partidos, estará integrada por “aparatchiks” sin oficio, esos políticos jóvenes cuya vida profesional ha transcurrido al amparo partidario, cuajados en mil intrigas, y carentes, por ello,  de empatía con la calle. El alcalde de Burgos es un ejemplo. Pero hay miles. Y precisamente cuando la formación e información ciudadana –siquiera de amplias capas- le permite asomarse al teatro de la gestión pública del mismo modo que antaño los jubilados contemplaban las obras callejeras: creyendo que lo pueden hacer mejor.

Internet constituye un canal adicional de deslegitimación, permitiendo acceder a información que antes quedaba contenida en círculos restringidos. Además, su publicación escrita le otorga mayor veracidad que al rumor. Pero, paradójicamente, y pese a la mayor formación ciudadana, tiende a simplificar asuntos extremadamente complejos. Pensando que los dominamos, estimula nuestra crítica -generalmente, no constructiva- en las redes sociales, retroalimentando un bucle infinito de falso debate, parapetado cada cual en su parroquia virtual, reafirmándose en su postura inicial. Quizá no sea ajena a ello la fatiga ideológica. Hace ochenta años, la Gran Depresión contribuyó a consolidar y expandir propuestas alternativas, fundamentalmente estatalistas, como fascismos, comunismos o el exitoso estado providencia, alimentando esperanzas en un mundo mejor. Arrumbadas las religiones, desacreditado el comunismo, agrietado el estado providencia, cuestionado el liberalismo y ¿orillado? el ecologismo, nuestra Gran Recesión no ha alumbrado diagnósticos ni alternativas estructuradas, más allá del desahogo contra la élite político-financiera. 

Parecemos asistir a un fin de ciclo. Pero carecemos de alternativas que conjuren al fantasma de la desafección que recorre España, Europa y Occidente. Las redes sociales, por ahora, generan más ruido que participación. Pero… ¿y si el reto de pensadores, politólogos, etc. fuera, además de alumbrar alternativas, trasformar ese ruido en participación, incorporándola a los mecanismos de representación?

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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