Como Renania en 1936, todo apunta a que un referéndum legitimará mañana el regreso de Crimea al seno de la madre Rusia. La construcción del puente de Kerch, ya aprobada, constituirá el broche final a la reunión. ¿Estamos ante algo aislado –tras Georgia- o ante un plan para restituir los limes del imperio soviético? Es algo que nadie consideraba hace un mes.
La Unión Europea interpretó la protesta de la plaza Maidán como un movimiento pro europeo. Pero las encuestas del Instituto de Sociología de Kiev mostraban que apenas el 42% de los ucranianos apoyaban las tesis europeístas. Y que un 66% era favorable a una relación preferente con Rusia. Resultados coherentes con la historia y la estructura social ucraniana. Apoyando a los rebeldes Lady ¿Pandora? Ashton desencadenó vientos –quizá tempestades- que aún recrudeció con su contradictoria y titubeante actuación durante estas semanas. Queda ahí la torpe actuación de la UE y la lentitud de una ¿respuesta? sometida a la burocracia impuesta por los procedimientos y la disparidad de 28 intereses nacionales. Pueden repelernos la rudeza e ilegalidad de los métodos del zar Putin. Pero su figura resplandece frente a nuestros descoloridos líderes, concentrados sólo en cuadrar presupuestos.
Tampoco, quizá, los medios de comunicación ni muchos “expertos” estuvieron a la altura. Como en Egipto, como en Siria, como en Libia, construyeron un relato maniqueo, de buenos y malos, de demócratas y dictadores, muy lejana de una realidad poliédrica, cuajada de turbios claroscuros que nos asombra cuando estalla, reiterada y sorpresivamente.
Y, por supuesto, la perpleja ciudadanía europea. Preocupada por mantener su bienestar, quizá olvida que depende, en buena parte, de la importación de gas y petróleo. Y también de mantener y ampliar mercados para nuestros productos. Y con el lastre en soberanía y capacidad que supone gastar más de lo que ingresamos. Olvidamos, por tanto, que tenemos intereses. Y que esos intereses han de ser defendidos. Y más con una OTAN languideciente: los Estados Unidos, con su creciente autosuficiencia energética y la necesidad de sanear sus finanzas públicas, parecen “retraerse” de un tablero geopolítico en transformación. Retraimiento que, dado el curso de los acontecimientos, empieza a alarmar a algunos, como al profesor Niall Ferguson. Pero las encuestas, de nuevo, son tozudas: los europeos no sólo no advertimos el problema de nuestros déficits y deudas, sino que la única partida presupuestaria que –y muy en especial, los españoles- estamos dispuestos a recortar es la de la defensa. Con la excepción francesa: quizá por ello, y más allá de la “grandeur” gaullista, Francia sea la única de las naciones de la UE capaz de desplegar sus ejércitos en buena parte del globo.
Europa se queda sola en el extremo euroasiático. Sin una diplomacia común, generosa, pero con objetivos claros. Apoyada por una defensa disuasoria. Rusia, con un tercio de la población y un séptimo del PIB de la UE (sólo algo mayor que el español) es capaz de plantarnos cara y ganar la partida. Con malas artes, sí. Pero Europa, por ahora, no disuade. Anima.