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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

Gowex como síntoma

Más allá de los delitos agazapados bajo el fraude de Gowex, de insuficiencias regulatorias y supervisoras, o de su relación con las administraciones,  Gowex parece el  producto de corrientes sociales, económicas, culturales y tecnológicas más profundas.

Desde el fuego hasta las puntocom, las transformaciones económicas y sociales fueron impulsadas por la combinación de combustibles y tecnologías. Muy especialmente durante los últimos 250 años, con el vapor y el motor de explosión aliados al carbón y el petróleo. La revolución industrial propició la fabricación de complejos artefactos –maquinaria, material de transporte, artículos de consumo- intensivos en mano de obra. Desde los años 70, sin embargo,  hemos capado, entre otros, el desarrollo de la energía atómica, que preludiaba un futuro movido por una energía limpia, barata y casi inagotable, favoreciendo las energías alternativas y… los combustibles fósiles. En consecuencia, los sectores que más empleo (y mejor pagado) generan ahora en la titubeante economía estadounidense son el fracking y el shale gas. Los combustibles fósiles son también la base del crecimiento de muchos países emergentes. La tecnología se ha centrado  en la información (TIC), que impacta transversalmente en la productividad y la conectividad, pero no es intensiva en mano de obra. Sus productos, sin especial complejidad,  tampoco requieren gran utillaje: buena parte de sus componentes se fabrican y montan en Asia. El talento necesario para desarrollar los componentes costosos, sus programas y algoritmos, se limita a algunos cientos de miles de cualificadísimos trabajadores empleados en las instalaciones centrales de las empresas. Facebook, por ejemplo, tiene 6.800 trabajadores. “Gigantes” como Microsoft o Apple, 101.000 y 80.000, respectivamente. Por comparar, General Motors emplea aún 220.000; Volkswagen, 573.000 y Toyota, 340.000. El sector TIC parece, además, incierto. Muchos sectores “tradicionales” no terminan de adaptarse a ellas. Sus aplicaciones y modelos de negocio se multiplican, pero muchas veces son rechazados por los consumidores. Y frecuentemente no son rentables.   

Ayunos, desde los años 70 y por vez primera en siglos, de sectores punteros de moderada y segura rentabilidad, generadores de empleo masivo y un crecimiento claro, intentamos alimentar el  crecimiento con dinero barato y abundante que no sabemos  dónde invertir. Engordan sectores inciertos, como las prometedoras TIC (y otros), utilizando instrumentos financieros complejos, fondos de pensiones o sociedades de capital riesgo. O unas finanzas cuyos beneficios –y pérdidas- aún siendo transversales, y pese a decuplicar la economía “real”, se localizan básicamente en ciudades o barrios como Manhattan, la City, Otemachi o el Bund.  Algunos se resignan y definen ya el progreso económico como una sucesión de burbujas. Otros proponen, incluso, el decrecimiento. Y sí, las burbujas son casi consustanciales a la humanidad, pero jamás fueron  tantas. Tampoco las finanzas o, en tiempos de paz, las deudas, públicas o privadas, pesaron tanto. No encontramos un camino claro hacia el futuro, y si parecemos encontrarlo, tendemos, por cualesquiera motivos, a  cercenarlo, sin controlar o saber qué hacer con las consecuencias, como una economía financiera hipertrofiada, unas TIC quizá sobrevaloradas, la polarización social o la incertidumbre. Gowex, pequeña, carpetovetónica, reunía casi todos los síntomas.  

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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