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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

Resignada Navidad

Días atrás, EL COMERCIO recordaba la controvertida orden de la Consejería de Educación instando a celebrar la Navidad en los centros públicos como “fiestas de invierno” o de “fin de trimestre”. La Navidad ha sido fuente inagotable de controversias políticas y religiosas. Aunque ahora sorprenda, los puritanos prohibieron su celebración en Inglaterra durante la guerra civil.  Y también, años después, lo hicieron en Massachusetts. Por supuesto, no fueron los únicos. En 2014 su celebración pública suscita controversias en todo el orbe cristiano.  En Texas el Árbol de Navidad  ha de llamarse Árbol de las Vacaciones. Cosas parecidas suceden en Bélgica y el Reino Unido. En el caso estadounidense sorprende la divergencia entre la norma y la costumbre: el 72% de los useños, incluyendo la mayoría de los ateos, musulmanes o judíos, es favorable al uso de los espacios públicos para celebrar la Navidad. Desconozco encuestas equivalentes en España pero apostaría por divergencias  similares.

Lo que probablemente distingue a España es la actitud ante su celebración privada. En otros países el deseo de una feliz Navidad, hacer pequeños regalos o cantar villancicos (habría que reflexionar sobre porqué aquí ya no cantamos) generan alegría y buenas sensaciones. No parece que en España  ocurra lo mismo: días atrás recibíamos por “guasap” la foto de un Belén casero y su emisora afirmaba resignada “aquí estamos, siguiendo la tradición” como si le pesara,  escudándose en que “es nuestra hija la que nos ha animado”. Ha arraigado también esa fórmula esquiva de “felices fiestas” por “feliz Navidad”, mostrando la ambigüedad en la que nos movemos, animada quizá por la rutina, el descreimiento y el hastío, quizá también la hipocresía social y familiar. Porque en España la Navidad propicia más el encuentros reiterado que el reencuentro gozoso. La hemos despojado de su significado intrínseco, descarnándola hasta el mero comer y regalar. Supongo que por eso durante estos días el 43% de los españoles padece trastornos digestivos y un 57% de estrés (los que más en Europa). De ahí la  sobreabundancia de sátiras sobre su celebración. No es extraño, en fin, que un 80% se declare insatisfecho con su forma de celebrar “las navidades”.

Quizá subyazca tras todo ello la práctica mayoritaria en España de una religión débil, “customizada”; una  suerte de neoarrianismo que cree vagamente en Dios pero no en que Jesús sea su hijo. Práctica que despoja de sentido a la Navidad, transformándola  en un incómodo e incoherente ritual imposible de eludir. La celebración del Jesús histórico –del que muchos también dudan- y no divino podría otorgarle sentido, como tributarios del sincretismo cristiano que nos ha legado nociones de progreso, justicia social o limitación del poder político. Pero el relativismo moral y la crisis nos hacen descreer incluso, y no sólo en España, de nuestra civilización. Y es que como señala Gomá, estamos despojándonos del cristianismo sin alcanzar alternativas “laicas”. Supongo que esa es la raíz de nuestro nihilismo, nuestra desubicación y nuestra insatisfacción. Y de la transformación de algo tan potencialmente hermoso como la Navidad, celebración del nacimiento de quien propuso  “amar al próximo como a ti mismo” (¿a quién puede molestar?) en un resignado y hedonista exceso de langostinos, Visa y turrón.     

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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