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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

Rajoy, presente, pasado y futuro.

Se cumplen tres años desde la investidura del señor Rajoy y de la legislatura quizá más compleja desde aquella Décima, agónica, de las Cortes Españolas. La tormenta perfecta de una recesión económica sin precedentes desde 1930 combinada con otra social e institucional, creaban una situación de partida extremadamente difícil.

Hoy, la crisis económica y financiera parece embridada. 2014 será el primer ejercicio en siete con crecimiento vigoroso y sostenido. Salvo sorpresas, 2015 lo consolidará. Escépticos y agoreros proclaman la falsedad del crecimiento, o que sólo alcanza al 1% de nuestros compatriotas. Pero el comportamiento del consumo, del comercio exterior, del tráfico de mercancías, del uso de transporte público, el de tantos indicadores, apuntan a que son millones las familias que, aunque quizá no incrementen sus menguadas rentas, albergan ya cierta seguridad en el futuro de su economía doméstica. Pero también es cierto que ese crecimiento es consecuencia, en parte, de un déficit público que, aunque reducido a la mitad en tres años, sigue ahí,  espoleado por un gasto social que crece a expensas de la inversión productiva, alimentando la deuda pública y, de paso, la exterior. También lo es que la creciente ocupación –también en número de horas trabajadas-  sufre una precariedad que será difícil aliviar, y más si observamos a lo que ocurre en otros países: recuerden los “minijobs” alemanes o la creciente tendencia a contratar a tiempo parcial (algo que, por cierto, no es necesariamente negativo).  La clave ahora es ¿podremos retomar el crecimiento sin endeudarnos?

Pero todo sugiere que la sinuosa  y gradualista estrategia económica aplicada, no siguiendo al pie de la letra los designios alemanes en cuanto al ritomo de reducción del déficit, pero conteniendo el gasto general, y aun tendiendo más a lo urgente que a lo importante, está triunfando, siquiera por comparación con Francia o, no digamos, Italia, sumidas aún en la recesión y la parálisis.  Un gradualismo a contracorriente, por cierto,  de lo preconizado por muchos expertos, fueran liberales, keynesianos o marxistas, que ahora o niegan la mayor o aseguran, a toro pasado, que mejor aún nos hubiera ido de aplicarse sus recetas. Con todo, y aun siendo positivo el balance, siquiera por dar la vuelta a la recesión, es mucho lo que queda por hacer, desde la racionalización administrativa (esa Ley de Reforma de las Administraciones) a la fiscal, pasando por tantas otras.

Menos positivo es el balance institucional. Coronada con éxito la sucesión en cúspide del estado y comprobado el reflujo del espejismo  independentista tras el gatillazo del  9-N, debería darse paso a una reforma institucional, si no constitucional.  El señor Rajoy parece renuente a  afrontarla. Y lo hace con argumentos tan consistentes  como los favorables. Pero corre el riesgo de no ser él quien reforme al Estado, sino de que se lo reformen. Con todo,  su mayor lastre no está en el presente, sino en el pasado;  en esa corrupción que ahora aflora por los juzgados de toda España –fenómeno novedoso con su parte positiva- y que, afectando a todos los partidos, afecta más al PP, quizá por el ser el que más poder acumuló. El caso Bárcenas es una bomba de relojería adosada  al casco del PP que, directa o indirectamente afecta al futuro del señor Rajoy.

Hace dos años apuntábamos a una clamorosa falta de relato que diera coherencia a una gestión del gobierno a contrapelo de casi todos. Quizá el señor Rajoy sea de esos que hacen mucho pareciendo que no hacen nada. Pero su mejillonesca personalidad, antítesis del líder carismático, no comunica, no conecta con el común de los españoles que buscan precisamente liderazgo, respuestas y soluciones. Algo que quizá no diga mucho en favor de la ciudadanía, pero que está ahí. Y es ahora cuando se  busca el relato de la legislatura, o  enmendar incumplimientos que no lo son, como esa supuesta rebaja impositiva que, salvo para el impuesto de sociedades, no aparece en el programa electoral de 2011. Tarde piache. Porque otros ya han construido por él su relato de la legislatura. Aun así, ya no es el presente, sino el pasado,  lo que pone en  peligro una futura y, si no fuera por ello, casi segura reelección del señor Rajoy. Y es precisamente ese relato del pasado, especiado por ese aroma a corrupción que parece impregnar la vida política, el que va a ser más difícil de enhebrar.

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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