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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

No pude seguir el Debate sobre Estado de la Nación. Hice acopio de resúmenes de prensa –digital y papel- y televisión.  Y me pareció que el debate se había tertulianizado.  No sólo fue que buena parte de los portavoces parlamentarios fueran  tertulianos –empezando por los señores Sánchez y Garzón-  sino que, de alguna manera, actuaron como tales: mensajes  concentrados en frases redondas, lapidarias y definitivas (por unos días) pero también simplificadoras de una realidad extremadamente compleja, destinadas a dejarse oir sobre el alboroto general. Tertulianización que  llegó a su clímax cuando el señor Rajoy, orador más bien a la antigua usanza, y que aparenta carácter y cortés y bonancible, denostó tronante contra el señor Sánchez.  

Sin duda, la simplificación de los mensajes políticos no es nueva. Pero sí su grado actual de tuiterización. Las mal llamadas tertulias, tan vocingleras y estresantes, en especial las nocturnas sabatinas, con audiencias millonarias que deben acostarse con tímpanos y nervios agotados, son el fermento de la actual cultura política de nuestra ciudadanía. Y constituyen el trampolín de cualquier aspirante a líder que se precie.  El que no aparece en tertulias, no existe. Ignoro si se emiten programas similares en otros países. Pervirtiendo en concepto de tertulia o debate, como mero canal para colocar mensajes, en España han convertido la política en mero espectáculo de entretenimiento para una audiencia que rechaza lo complejo, deslizando una falsa percepción del arte de gobernar, aparentando democratizarlo, cuando lo que hacen es falsearlo, caricaturizarlo, convirtiéndolo en prolongación de la carpetovetónica discusión de barra de bar. La política, el gobierno, como extraña alquimia de periodistas adictos y cachorros partidistas repartiéndose estopa, a ver quién la suelta más oronda.

O quien la propone más fácil. Porque miren que los desafíos que encaran Asturias, España, la Unión Europea y el mundo en general son complejos. Y de aun más compleja solución, si la tienen. Pero no. Cójase un fenómeno  como la polarización social –que, por cierto, y según el BBVA, en España empieza a atenuarse-  con causas tan dispares como la globalización, la formación de nuestros compatriotas, o la rígida y compleja legislación laboral. Despáchese con exageración demoledora y diagnósticos lapidarios, culpando, indefectiblemente, a la banca, la corrupción y los políticos (del 78). Y proponga no menos radicales soluciones: regular  salarios. O subir el salario mínimo. Como si el salario mínimo  fuera consecuencia de los bajos salarios y no al revés. Pregúntense por el de Suecia o, hasta hace poco, el de Alemania. Y el público, que huye de lo complejo,  aplaudiendo, encantado de comprar la propuesta. Es facilísimo…Claro que, con tanto marketing político, termina sucediendo lo que al señor Sánchez y su “planta de Hunosa”.

Ningún gobernante soportaría indemne media hora en una de estas pervertidas tertulia. Porque todo gobernante, aún el más exitoso,  ha cometido errores, dicho inconveniencias, tratado con indeseables o sufrido fracasos en su compleja labor. Y la misión del tertuliano, que carece siempre de cualquier experiencia de gobierno –a veces, incluso laboral-  y jamás pudo equivocarse  o sufrir el fracaso, es atizar al gobernante –actual o pretérito-  con la audacia inconsciente del ignaro puro e incontaminado, para ocupar su lugar. Y el del parlamento, donde, más allá de los debates e interpelaciones, se desarrolla una compleja, pero callada, poco dada al espectáculo, tarea legislativa.  Pero ¿qué uso harán de la tertulianización, tuiterización, belenestebanización  de la política -por mis ambiciones, mato- cuando lleguen los yerros y los fracasos o la realidad desmientan sus augurios y promesas?    

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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