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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

“O” de Oviedo, “o” de ombligo

Da la impresión de que, pese a su expansión urbana, Oviedo crece mirando hacia adentro. Fíjense: al contrario de lo que suele suceder en otras ciudades, sus avenidas se van cerrando, encajonando, según alcanzan los límites de la ciudad, como parapetándose  ante un imaginario cerco. Pasa con la de Galicia, pero también con la Tenderina o la vieja salida hacia Lugones. En ocasiones, esas avenidas ni siquiera tienen salida: Valentín Masip o el moderno bulevar de la Florida. Hay excepciones. Una, la amplia y exitosa calle Uría, nacida por casualidad para unir la ciudad a su estación que, ya entonces, como ahora, se construían alejadas de los centros urbanos. Exitosa quizá por construirse en pleno auge industrial de Asturias, empapado del espíritu de progreso  que transpiraba el primer editorial de El COMERCIO,  de cuando Asturias miraba lejos.  Las otras dos son las entradas Norte y Sur a la ciudad desde la A-66, proyectadas durante otro periodo de progreso, los años 60, aunque con resultado urbanístico menos afortunado que el de Uría.

De ahí las propuestas para mejorar la relación de esos accesos con una ciudad que crece yuxtapuesta a ellos. Desde “Imagina un Bulevar” plantean la transformación del actual ramal de acceso norte a Oviedo en una vía plenamente urbana, transitable, que no actúe como barrera entre barrios. Una propuesta  enterrada, por el momento, bajo lances políticos y losas de hormigón. Ahora, el ayuntamiento  lanza un globo sonda: una “turboglorieta” elevada sobre la plaza de Castilla que resuelva su supuesta congestión. Una solución a contrapié del urbanismo occidental contemporáneo, inspirada quizá en las urbes chinas. O así. Re-reformando un espacio reformado hace sólo 20 años. Algo muy del espíritu capitalino, donde calles y plazas céntricas sufren inexplicables y agresivas mutaciones periódicas. Algunas, afortunadamente, no pasan de la mera ocurrencia.

Acechan a Oviedo inquietantes desafíos. Algunos estructurales, como la debilidad de su especialización funcional como enclave metropolitano de actividad direccional –administrativa, financiera y empresarial- y comercial y hostelera. Pero la alta función pública ha alcanzado techo; el comercio sufre, además de la crisis, la transformación del sector y la hostelería se resiente del estancamiento de los demás sectores.  Otros, urbanísticos. Enormes vacíos degradándose en su casco urbano –La Vega, Hospital, Fabrica de Gas, ¿Vasco?,… ¿Calatrava?- y problemas de  accesibilidad –pública y privada- claves en una cabecera metropolitana que atrae más de 100.000 forasteros diarios. Entre ellos,  esa entrada sur, que conduce inevitablemente hasta el centro de la ciudad y que debería contar con un distribuidor de acceso/salida hacia Montecerrao  y el Cristo, que soslaye esa amenazante “turboglorieta” elevada y ordene ese vacío-barrera, al modo que pretende ese bulevar imaginado en el acceso por la “Y”, al que aliviaría una ronda noroeste facilitadora de la relación entre los nuevos barrios del oeste y el alfoz ovetense.

Tiempos críticos, en los que  Oviedo, como Asturias, debería mirar lejos nuevamente, atrayendo actividad, facilitando la relación entre sus partes, y la de éstas con el área metropolitana. Y no mirarse a su escasamente sexy ombligo, tenga forma de “O” de Oviedo,  de fuente o de “turboglorieta”.

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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