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Jacobo Blanco

Qué nos pasa

¿Y quién es Wagner?

¿Y Verdi? ¿Y Woody Allen? ¿Y Freud? ¿Les suena de algo el Estado islámico? ¿Y Boko Haram? ¿Les dice algo Chaplin o “Lo que el viento se llevó”? ¿Saben situar Afganistán en un mapa mudo? Si responden que no a alguna de las preguntas, no se preocupen en exceso: comparten despiste con muchos universitarios. No se trata, desde luego, de componer una Tesis doctoral sobre cada asunto que les planteo. Ni siquiera de haber escuchado “Aida” o “Tannhäuser”, visto “Manhattan” o saber qué es el psicoanálisis. Simplemente, ¿les suenan del algo?

Por supuesto, no todos los universitarios muestran ese despiste. Son un reflejo de la cada vez más compleja sociedad española y, por tanto, tienen diversos en intereses, ideologías y aficiones. Algunos ya han creado prósperas empresas, otros se gradúan sin saber qué hacer con su vida. Pero son pocos, quizá ya a punto de egresar, los capaces de contestar a todas esas preguntas sin pestañear.

Me dirán ustedes que para qué saber todo eso.  Que lo que interesa de verdad es ser creativos. Saber pensar y aprender. Y que eso es lo que persigue el sistema educativo. Uno, desde luego, no es experto en enseñanza, pero sospecha que crear,  pensar o aprender ha de hacerse sobre alguna base, y no sobre el vacío. Picasso era sin duda creativo. Pero antes tuvo que dominar los rudimentos de la pintura convencional. Pueden comprobarlo estos días en Coruña.  Y además, los propios estudiantes se lamentan de que la secundaria combina lo peor de los dos mundos: no les aporta unas referencias básicas, pero tampoco estimula la creatividad. Y, no digamos, la curiosidad. Preguntarse cosas, críticamente  ¿para qué?   

Argüirán también que, vale, no dominan ciertas referencias básicas, pero sí las nuevas tecnologías.  Puede que tengan razón, pero permítanme  dudarlo. Los chicos llegan a la universidad  sin saber, en general, trabajar con una simple hoja de cálculo o una presentación.  Tienen dificultades con los procesadores de textos o el manejo de periférico. Descuellan sobre todo en la descarga (ilegal) de contenidos multimedia  y, desde luego, en el dominio de las redes sociales. Unas redes que, por cierto, ocupan todo su tiempo, entreverándose con cualquier otra tarea, incluidas clases y tiempo de estudio, robando horas al sueño. Y concentración.  Pero sin percatarse, sin embargo, de que un móvil contiene  más y quizá mejores saberes que aquellas Espasas de cien tomos.

Algo falla en nuestro sistema educativo. Nuestros “millenials” van alcanzando niveles de titulación comparables a los de los países más avanzados. Pero la expansión cuantitativa de la formación quizá no esté acompañada por otra, cualitativa. Al contrario. Tampoco se apoya la excelencia, más bien una uniforme mediocridad. Ni la motivación: les hemos convencido de que no hay futuro. Y empezamos a descubrir que sus competencias son, frecuentemente, peores que la de otros estudiantes. PISA o ETS nos lo dicen. Los estudiantes Erasmus –sí, una élite estudiantil- sorprenden para bien por comparación con los españoles. La formación de nuestras élites –y  no élites- será clave para ganar ese futuro. Algo habrá que hacer: lo primero reconocer que algo falla en nuestro sistema educativo.

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Sobre el autor

Tras un cuarto de siglo –y lo que quede- dedicado a la investigación social aplicada en el sector privado, en el público y al alimón, quizá fuera el momento de saltar a la palestra que me ofrecía El Comercio y aportar algo –o intentarlo, al menos- a la reflexión serena y, en lo posible, documentada y original, sobre lo que nos pasa.


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