La campaña electoral asturiana no decepciona. Mientras se suceden inquietantes los pronósticos de un raquítico crecimiento económico, nuestros candidatos, tal y como apuntábamos el sábado pasado, perseveran en el círculo vicioso del gasto y no en el virtuoso del crecimiento sostenible, generador de empleo y bases imponibles crecientes sin subir impuestos ya de por sí muy elevados, disuasorios del consumo y la inversión.
Algunas izquierdas insisten en el discurso de lo público como dinamizador económico. Los lectores de EL COMERCIO preguntaban a un candidato cómo crearía empleo. Tras largo circunloquio, apuntó a los planes municipales, quizá interesantes pero también escasos para combatir el paro. Pero ni una palabra de apoyar un clima amigable para el desarrollo empresarial. La empresa –privada- sigue siendo sospechosa, excepto los pequeños emprendedores, y más si nacidos en centros municipales. Lo ilustraba otro candidato, talludito, aunque casi ayuno en experiencia profesional, tildando a los empresarios de “piratas”. Hombre, “piratas” haylos en muchos sitios, desde partidos políticos a sindicatos estudiantiles, pasando, claro, por muchas empresas. Pero olvidaba probablemente el candidato que muchos empresarios han ligado su fortuna a sus negocios, perdiéndola tras apoyarlos con su peculio o hipotecando sus bienes. Y que miles de ellos han pateado el mundo con un catálogo a cuestas, situando a las exportaciones españolas entre las más cuantiosas, en términos relativos, de la UE. Olvidaba que una empresa estándar de servicios destina el 26% de sus ventas a impuestos. Y también, sin duda, que las empresas crean el 80% del empleo regional. Desde alguna derecha –y alguna izquierda- parece asumirse, aunque no entenderse de todo, la necesidad de un entorno favorable a los negocios, no atinando a formularlo. Proclaman tópicos –con o sin sustento real- como “terminar con la cultura de la subvención”, “facilitar el emprendimiento”, o “retener el talento”, como si las culturas o el talento cambiaran o se retuvieran por decreto. Y olvidando, ay, el clientelismo, las corruptelas y otros aderezos administrativos.
En realidad, y según Eurostat, no nos falta ánimo emprendedor. España, con tres millones de empresas, tiene tantas como Alemania o Francia, más pobladas; estando al nivel, por habitante, de Italia. Asturias supera, per cápita, al conjunto de España. El problema es otro. Ejemplos: en España tenemos 29.000 empresas relacionadas con nuevas tecnologías, por 82.000 en Alemania, 79.000 en Francia o 50.000 en Italia. Y sin embargo, disfrutamos de 120.000 bares y restaurantes, los mismos que Francia y más que Alemania (92.000) o Italia (46.000). Asturias ahonda en estas tendencias, liderando la dotación autonómica de bares, mientras el País Vasco decuplica nuestro sector electrónico. Y nuestro loado sector TIC genera el 1% del empleo nacional, la mitad de lo que correspondería. Añadan que las empresas españolas y desde luego, las asturianas –con un tejido muy desequilibrado hacia las macro y las micro- son, en promedio, más pequeñas que las foráneas, más parecidas a ferrados de supervivencia que a empresas. Nuestro problema, por tanto, no es emprender, sino qué emprendemos.
Quizá muchos candidatos anden escasos de finura y sobrados de tópicos e ideología. Olvidando que eso puede conducirles a agravar los problemas que quieren resolver.