Uno de los retos que, de forma explícita, ha asumido el señor Barbón en su investidura, es el demográfico. Los actuales indicadores demográficos para Asturias no invitan al optimismo. Y la perspectiva para los próximos diez años es aún peor. Es previsible una reducción del 30% en el número de nacidos, como consecuencia de la reducción en el número de mujeres en edad fértil -fruto, a su vez, de reducciones previas de la natalidad y de la emigración juvenil- y un ligero incremento en el de mayores de 65 años, producto de la incorporación de los primeros baby-boomers a ese grupo etáneo. Asturias, además, ha consolidado la diáspora de personas en edad activa, mayormente jóvenes y con elevada formación.
La tendencia al envejecimiento de Asturias parece inexorable en el medio y largo plazo. Todos conocemos sus consecuencias: desde los costes asociados al actual modelo de Estado del Bienestar –que habrá que reequilibrar- a las alteraciones en los niveles y pautas de consumo, muy en especial de bienes duraderos. También afecta a la innovación y la creatividad que los jóvenes –mayormente, los de elevada formación- aportan a la comunidad, conectándola con las últimas tendencias mundiales. Súmense además, las pautas territoriales de la demografía: fuera del antaño creciente metropolitano –ese arco que, desde Morcín a Villaviciosa, cose Oviedo, Siero, Llanera y Gijón- y de algunos enclaves costeros del Oriente, Asturias se vacía.
Sin embargo la demografía no es un fenómeno aislado, sino síntoma de otros.
Es síntoma de una región que genera poco empleo, poco cualificado y poco pagado, la que menos entre sus vecinas, obligando a nuestros jóvenes a emigrar. Y no lo genera porque no crea suficiente actividad, acumulando crisis a modo palimpsesto, resistiendo hasta lo irremediable sin generar tejidos económicos nuevos, más allá del sector público, con dimensión y pujanza adecuadas, muy dependiente de las pequeñas empresas. El resultado es una región siempre a la cola en el crecimiento económico desde hace 40 años. Parece inexcusable un cambio de rumbo que contribuya a fijar, primero y a atraer, si es posible, después, personas jóvenes. Transitar gradualmente desde estrategias de captación de rentas públicas nacionales y foráneas a otras de creación de riqueza y empleo. Pasar de culturas de resistencia a otras, proactivas. Sin duda, Asturias es una región periférica en la Unión Europea y, además, carente de un hinterland pujante. Pero, justamente por ello, es capital estimular la movilización de los recursos propios de la región –hay capital humano y tecnológico- transformándola en un territorio atractivo para la inversión propia y foránea a largo plazo, favoreciendo una estructura empresarial más equilibrada, con mayor presencia de medianas empresas, rentables y competitivas, que faciliten el desarrollo de una carrera profesional.
Es síntoma de una región centrada en políticas sociales públicas para mayores y desocupados y no para activos jóvenes o de mediana edad. Quizá debamos repensarlas, tanto en su gestión –adaptándolas a los modelos europeos público-privados- como en sus contenidos: desde esa esa red 0-3 favorecedora de la conciliación laboral y familiar, hasta los programas de vivienda asequible y ayudas que vayan más allá de las deducciones fiscales por hijos, facilitando no sólo la emancipación de nuestros jóvenes, sino también la formación de familias. Por cierto, los empleos bien pagados también favorecen la conciliación, vía reducciones de jornada.
Y es síntoma de una región anclada en esquemas periclitados de ordenación del territorio, vigentes desde 1990. Parece aconsejable reformular nuestras estrategias territoriales. En un mundo donde las ciudades adquieren relevancia como marca territorial, debemos buscar complementariedades entre nuestros concejos centrales que, coordinadas, sustituyan a la competencia localista, enfocándola el exterior. Como mínimo, hacia otras ciudades medias del Arco Atlántico. Mejorar la red de transportes del área central de acuerdo con los criterios de una movilidad sostenible, identificar y poner en marcha equipamientos capaces de competir fuera, además de “crear ciudad” en el área central, parecen objetivos inexcusables. Pero no debemos descuidar la Asturias no metropolitana, equilibrando, en lo posible, la Asturias rural, urbana y metropolitana. Facilitando la actividad ligada al territorio – agroalimentaria, maderera, turística, ambiental…- , diversificando explotaciones agroganaderas y estimulando vínculos cooperativos entre ellas, estableciendo y racionalizando redes de servicios y transportes a través del fortalecimiento de comarcas y áreas micropolitanas, con el objetivo de fijar población.
No son pocos los retos del flamante presidente. Sin duda, requieren osadía alejada de los vapores del pasado. Pero, también sin duda, la demografía, como termómetro de tantos otros fenómenos, nos dará pistas sobre el éxito de su gestión. Un éxito que nos conviene a todos.