Lamentamos trabas insuperables para ejercer nuestra ciudadanía. O el aborregamiento de una sociedad civil domesticada, casi prefabricada. Pero, ocasionalmente, resplandecen destellos que alumbran esperanzas. En este caso, en Candás. Bulle allí una rica y ejemplar sociedad civil, arracimada en torno a un tejido de clubes, asociaciones, peñas o incluso coros, como ese de Bodega, mantenedora de una vieja tradición cantarina que, si en los pueblos marineros de otros países sobrevive pujante, aquí se está perdiendo. Es también seña candaxa la de contar con una treintena de aficionados que de mayo a octubre –en la mar- cuentan su nadar diario por millas. Como dice Lucía, la socorrista, “ahí va el convoy”. Quizá sin excesivo “estilo” o técnica y, desde luego, sin más sofisticaciones que traje de baño, gafas de nadar y, si el agua refresca, gorro. Pero con entusiasmo infinito.
A lo que vamos: concluye mañana la temporada -oficial- de baños en Palmera, marcada por la inusual caída de la temperatura de la mar. Y marcada también por la consolidación de un pequeño milagro en la escollera. Porque en una sociedad crecientemente astillada, individualizada, desconfiada, hosca, ligada por lazos tornadizos y tibios, esos nadadores han sabido impulsar una pequeña ¿comunidad?, “Los Palmeros del Espigón”, creando un espacio de amable convivencia. Sin distinción de género, edad o estatus, igualados todos por el traje de baño y las camisetas azules o blancas que les -nos- distinguen. Sin avasallar ni excluir. Sólo se requiere “estar” por allí. Somos ya 80: nadadores, bañistas y, por supuesto, los estupendos socorristas, pendientes siempre de todos. Y lo hacen, creo, con la sola idea de pasarlo bien, contagiando a los demás su pasión por la natación.
Pero no se limitan a la convivencia “buenrollista”. Al contrario. Quieren que los jóvenes se aficionen a la económica y saludable brazada: “deja el botellón y ven a nadar al espigón”, proclaman. Ya han pescado a alguno. Creo que han organizado algo para los críos saharauis. Y, además, velan por sus pequeños pero legítimos intereses: la limpieza y aseo del espigón, el arenal y sus aguas. Intereses que son, además, los de Candás y los de todos. Tras sufrir algún ninguneo, alertaron en la prensa del descuido municipal con la playa, que llegó a ser peligroso. De forma espontánea, independiente, crítica, quizá incómoda, pero –creo- siempre constructiva. Y, mal que bien, el descuido fue a menos. Aunque no mucho. Como la contaminación. O los hurtos crecientes.
Quizá ellos no lo sepan. Pero son sociedad civil. Ejercen su ciudadanía. Sin pompa, alharacas, personalismos ni subvenciones. Mimando esa escala micro de la cotidianeidad, tan maltratada en España. Lejos de despachos estabulados, Emilio, Juanjo, Fermín,… defienden intereses que, en este caso, son los de todos. Aunque alguno o alguna les recrimine que son “los de cuatro”. Están en su derecho y lo ejercen. Y punto. Con coña marinera. Fraguando además ese espacio de relación amable. En su escala son ejemplares. Imitándoles, quizá las cosas nos fueran algo mejor. Y, sin duda, nuestra cotidianeidad, mucho más agradable.