Cuando en 1939, salen por Los Pirineos los  exiliados que habían defendido la Segunda República, muy atento a la noticia estaba el Presidente México Lázaro Cárdenas.

El presidente Cárdenas nombró a un amigo de toda confianza, Don Gilberto Bosques, ex Gobernador de Puebla y ex Ministro de Agricultura de México, como Cónsul en París y lo mandó de inmediato para ayudar a todos los exiliados.En sus memorias, señala Bosques que se estimaba que había 290,000 refugiados en 18 campos.

De inmediato, Don Gilberto Bosques hizo una carta que decía: ” Si es usted español y refugiado de la Guerra, me complazco en informarle que mi gobierno el  Mexicano, le dará inmediatamente asilo”. Con sus gentes repartieron en los 18 campos esa carta, cuyas respuestas emocionadas fueron publicadas algunas recientemente por El País.Se estima que Don Gilberto firmó 80,000 visas, pero sólo pudieron  salir para entrar a México 30,000. He llamado a esos 30,00o La Isla Verde, en el libro que publicaré próximamente ” De El Roble al Ciprés”.

Dejo claro que los que peor lo pasaron fueron los 1,000 que terminaron en los Hornos Crematorios de Maunthasen; luego lo que se quedaron dentro de España victimas de persecuciones como la del Pozo Funeres en Asturias, donde en 1954, casi dos docenas de luchadores fueron tirados vivos al pozo.Algunos murieron, pero como en la noche se oían los lamentos, rociaron el pozo con gasolina y los quemaron vivos.

Los terceros fueron los que quedaron en Francia, y finalmente los que tuvieron la suerte de ir a la Isla Verde.

En España hay un recelo muy fuerte para quienes vivieron”aquel exilio doraddo”, como llaman a los que tuvimos que nacer en México o vinieron a luchar.Es muy marcado.

Todos tuvieron que rehacer sus vidas, sacar adelante a sus familias y fueron falleciendo con sus cuerpos gastados.La vergüenza nacional después de 35 años de Transición, es que haya 150,000 cuerpos de refugiados en las cunetas y que Franco esté enterrado sobre los cadáveres de los republicanos que los obligaron a construir dicho mausoleo, inconcebible en Berlín, en Roma, o en Buenos Aires o Santiago de Chile.

Los que regresaron, hijos de luchadores, encontraron el rechazo de una sociedad que ni sabía, ni le interesaba que había pasado en los años treinta.

Todos los que regresaron han tenido,como mi familia, esa amargura. Los del “exilio dorado”.

Un día de visita en 1980 con mi esposa, íbamos hacia Tapia de Casariego, donde Avelino Cadavieco gran amigo, nos prestaba su casa en Tapia.En el camino, ante nuestra sorpresa, nos encontramos una enorme barda blanca del Cementerio de Luarca ,de unos 100 metros de largo y 2 de alto: “NO QUEREMOS QUE NOS GOBIERNEN MEXICANOS”.

 De mis amigos o amigas de aquí, oigo ” Nos vamos unos días al pueblo”, donde todos tienen, y muy bien, su casa rural de la familia.

Los que tuvimos que nacer en el extranjero nuestro recuerdo es el Sanatorio Español, y por supuesto nuestra casa en México.

Todos lucharon, todos tuvieron que rehacer la vida.Las circunstancias fueron las que fueron.

De que quejarse, cuando en 35 años de la Transición nadie se ha acordado de Don Manuel Azaña, último Presidente de la República Española, cuyos restos descansan en Mountbain cobijados por la bandera mexicana.