Sólo recordaba de Belarmino y Severina, el cariño que profesaban a sus nietos y en particular al mayor, Rafael.Los viajes a las aguas termales de Cuautla, las idas a Veracruz, el acompañarlo en aquel Ford 36 de Alpargaterías Donay de lo que se ganaba la vida, hasta aquel 13 de septiembre de 1950, que sus padres despertaron a sus tres hijos para ir de emergencia al departamento de López 92-2 en el centro de la ciudad, por que, enfermo, el guelu quería abrazar a los guajes.
Sin poder ir a su entierro, Rafael recordaba el día que acompañando 25 años después a su viuda Severina, recien fallecida, Pura, pidió hacer un alto al cortejo numeroso y le pidió a Rafael que recibiera en aquella bolsa negra, con los restos exhumados de Belarmo, para acomodarlos junto a la cabeza de Severina, aquella abuela bajita tan cariñosa.
Pasaron los años, murió el dictador, regresaron toda la familia, pero el nieto observaba que alguien faltaba: Belarmino y Severina.El padre Rafael Fernández Alvarez, mientras fue presidente del Principado no hizo ningún gesto, no se atrevió a traer sus restos.Tuvo que convencer el nieto a los hijos Pura,Urcesino y Agripino,y en 1984, y ya incinerados los dos, cruzó el Atlántico con aquella cajita.
Cuando vio la multitud en el aeropuerto de Ranón(entonces), y luego la prensa y a los miles de mineros que los acompañaron del Ayuntamiento de Sama hasta el cementerio de el Pando, empezó a entender quien había sido su abuelo.
Pero y aquí en Asturias…….