Aquellas cascadas daban pie a tantos riachuelos, que el murmullo del agua, el verde que lo rodeaba todo,hacían presagiar lo que iba ser aquella camino rumbo a Palenque.Ambos lo presagiaban, era un sentimiento de piel…l
En unas tierras con agua abundante por doquier y una vegetación exuberante,se iniciaba aquel camino, tierra adentro en búsqueda de aquella pirámide maya, tan singular.
Poco a poco, según se avanzaban los 45 kilómetros, de una vegetación tropical, imperceptiblemente ,ambos observaban como la vegetación crecía, kilómetro a kilómetro. El silencio del exterior,su aire cálido que penetraban por las ventanillas de aquella pareja, se mezclaba con Mozart,Las manos de ambos se entrelazaban, mientras que poco a poco, sin darse cuenta,uno penetraba en plena planicie, de aquel trópico al principio de la Selva.
Se prestigiaba algo,algo diferente,cuando varios kilómetros adelante la vegetación de la selva ya cubría varios metros de su automóvil, deslizándose hacia la desconocidodo,cuando de pronto, al llegar a un punto, a su izquierda, aparecían a menos de tres centenar es de metros las ancestrales pirámides de Palenque.
El impacto fue tal, que el silencio de ambos se detuvo en el tiempo.La música desapareció y allí, entre ambos, aquellas ruinas construidas siglos atrás,muchos siglos atrás, por una cultura desconocida, gracias a Fray Diego de Landa que , en el Siglo XVI,en el Día de la Gran Tristeza del Pueblo Maya, reúne en Mani, en el Estado de Yucatán, todos los códices, que tiernamente aquellos hombres y mujeres trasmitían de generación en generación, y los quema.Así de golpe: Quema toda la historia de los mayas, y no aparecida ninguna piedra Roseta como con los egipcios, allí y en todas las pirámides de los mayas, pero sobre todo allí, en aquella enclavada en plena Selva, todo entraba por los sentidos.
Las lágrimas de los dos humedecieron sus ojos.Allí estaba aquel conjunto ,por fin a su vista.
Caminando, bajo un orballu que lo hacía más incomparable, abrazados caminaron a aquella parte central, a cuyos costados estaban la pirámide principal, que contenía, en su interior,como en las pirámides de los egipcios, diversos caminos variados, que terminarían en la tumba del aquel hombre, que monarca en su momento, era el enlace del pueblo llano, lleno de miedos,a los fenómenos naturales inexplicables en el siglo V d.c.,con las deidades.
Allí, sus sentidos, los hizo no ir hacia aquella pirámide, sino a la que enfrente de ellos, permitía contemplar el paisaje selvático, en el estado de Chiapas.Subieron aquellas 30 escalianatas de piedra que habían resistido siglos, y al llegar a la cima, sentados en aquella zona , el momento parecía llegar a su clímax.Al frente, sus ojitos verdes y grises de ella y marrones de él,sin hablarse, estaba el conjunto de aquellas ruinas, y rodeados por todas partes por la impresionante selva chiapaneca, bajo el imperceptible orballu asturiano ambos en el silencio, creyeron, por vez primera en Dios.Sin mediar palabras, sus miradas se cruzaban para trasmitirse aquella sensaciones que ellos percibían, el uno para si y, ambos, y por aquella unidad que era sólo de ellos.
Las horas pasaban y no deseaban moverse.Aquel paisaje era único.Atardecer inolvidable pero..aun faltaba
Lo único que los hizo bajar al atardecer,y cerrarse las visitas, era buscar donde pasar la noche,cuando de pronto, como complemento de aquel inolvidable y mágico día, encontraron, en medio de la selva, aquellas cabañas, donde la selva entraba por loas los dos grandes ventanales, y aquella chimenea, cuyo fuego en la noche fue mudo testigo. como ambos hacían el amor.
Y ahí ,se creó la unidad.