Nicolas Sarkozy se ha propuesto poner patas arriba la república francesa. Muchos le apoyaron porque consideraban que la situación, con una lasitud evidente por parte del Estado, estaba fuera de control. Así, las continuas pérdidas de horas de trabajo (uno de los países con más huelgas por metro cuadrado), los graves disturbios producidos en los barrios (recuerden las revueltas diarias con quema de coches) o, simplemente, la indisciplina escolar (con profesores incluso negándose a acudir a su puesto de trabajo); se achacaban directamente a esa falta de autoridad. Llevó en su programa medidas tan simples como, fíjense, obligar a los alumnos a levantarse cuando entra el profesor en clase. Ahora, en una sociedad acostumbrada a ciertos privilegios (trabajar 35 horas, por ejemplo), se atreve a proponer un nuevo “contrato social”. Entre sus medidas destacan revisar los contratos laborales, penalizar fiscalmente las jubilaciones anticipadas y sancionar a los parados que no acepten puestos de trabajo. Dice que actual modelo social no es sostenible en términos financieros, desincentiva el trabajo e impide la igualdad de oportunidades. Desde luego, toda una bomba en el arraigado sistema social francés. Pregunto, ¿conseguirá llevarla a cabo? ¿Aceptará esto una sociedad donde ser funcionario es carrera universitaria?