Decía Felipe González que la política es un asunto generacional. Es decir, que un político no puede contemplarse aislado del conjunto de personas que comparten, no sé, su misma edad o época histórica y con los que, normalmente, forma equipo. Así, por ejemplo, hubo una generación durante la transición (la de Adolfo Suárez o Martín Villa, por ejemplo), otra durante los años 80 (la del mismo González o Alfonso Guerra) y, por último, la de los noventa (con Aznar, Cascos y Rato sin ir más lejos). En este contexto -en el de que una figura individual siempre viene refrendada por otras que comparten su misma idiosincrasia- me sorprende que el cambio de un simple portavoz, el caso de Soraya Sáenz de Santamaría, dé lugar a hablar de todo un cambio generacional en las filas del Partido Popular. Fíjense que en todos estos casos que nombré quien siempre tiraba de su generación era el líder. Se hablaba del “felipismo” o el “aznarismo” y se hablará, claro está, de la generación de Zapatero. Ahora bien, en cambio, Mariano Rajoy -claramente perteneciente a la generación de Aznar- se propone hacer un relevo de este tipo pero sin cambiar, de momento, la cabeza visible, o sea, sin buscar un líder que dé nombre a dicha generación. Bien, yo he de decir que los cambios así son difíciles. En política, fuera de los secretarios generales y presidentes, la opinión pública conoce muy poco. El “efecto Soraya” será limitado puesto que, en una campaña electoral, cuando se decide el voto en definitiva, quien de verdad representa al partido es la figura de su presidente o secretario general. Vean si alguien se acuerda ahora de quién iba de número dos (Pizarro, por ejemplo). Resumiendo: si todos estos cambios quieren tener el efecto de un verdadero cambio generacional en la estructura del Partido Popular, tienen que ir encaminados hacia la búsqueda de un nuevo líder. No hay más.
En el caso de la política asturiana -mi adorada política asturiana- todo esta teoría pueden ir tirándola a la basura. Desde que la sigo, con apenas veintitantos años, sigue ocupándola la generación forjada durante la transición y, año tras año, elección tras elección, legislatura tras legislatura, continúan ahí. Esos cambios generacionales que se dieron en la política española, nunca se produjeron en la nuestra. Y por eso, al final, se ha vuelto aburrida, monótona y profundamente conservadora (los resultados se repiten una vez sí y otra también). Miren las listas de las últimas generales, o de las autonómicas, o de las municipales y comprobarán todo esto que les estoy diciendo. Asturias: paraíso generacional de la transición.