He de reconocer que este año la Semana Negra me pareció mejor organizada. Y no es que el lugar fuese el ideal ni mucho menos, pero se veía un evento más controlado. He de decir que, en mi recorrido de esta temporada, me encontré con numerosos policías locales que patrullaban el recinto casi a modo de escuadra, había menos puestos ilegales (interesante ver las refriegas entre éstos y la escuadra antes mencionada) y, sobre todo, se respetaron los horarios (doy fe por vivir muy cerca del evento). En resumen, me parece que los desmanes vividos en otras épocas cercanas no fueron tales. Ahora bien, sigo convencido de que la ubicación actual tiene que ser a la fuerza provisional. El certamen necesita más espacio y desahogo entre los puestos. De hecho, a veces se hacía un poco agobiante el caminar por entre la calles, o ver como la gente hacía una auténtica travesía de arena por el desierto playero para llegar a alguna de las carpas (un camino o pasarela por la playa de Poniente tampoco hubiese estado mal, por cierto). Pero, bien, creo que ha salvado el pellejo con respecto a las muy discutidas ediciones anteriores y, por lo menos, no ha alarmado a nadie.

Ahora, ya verán, queda la segunda parte que empezará tal día como hoy. Seguro que tendrá más de un millón de visitas, se habrán vendido toneladas de libros y, el aire multicultural que habrá dejado en el ambiente, nos embriagará hasta julio del año que viene. Bueno, la Semana Negra gijonesa y sus organizadores son como el parchís: comen una y cuentan veinte. ¡Qué les voy a contar!