Siempre he sentido que aquí, en Asturias, teníamos una condición maniquea del Estado autonómico. Esto es, que lo del autonomismo no nos gusta mucho y, por eso, a poco que nos dejen, lo equiparamos con el nacionalismo más rancio y exacerbado. De hecho, nuestra postura sobre ese tema podría ser similar a la del siguiente ejemplo. Supongamos que mi vecino es alcohólico redomado y, yo, para no caer en el mismo vicio, no bebo ni una cerveza. Me convierto en abstemio fundamentalista. Bien, si leen la entrevista que hoy publica El Comercio con el catedrático de Derecho Administrativo Sosa Wagner llegarán a esa conclusión: parece que Asturias tiene que expiar todos los pecados del nacionalismo catalán o vasco. La cosa, fíjense, llega a tal punto que afirma «La oficialidad del asturiano no traería más que peligros». Lo que, a priori, si uno no tuviera ya el «culo pelao» con estos asuntos, le llegaría a escandalizar pero, como no es así, me lo tomo con una sonrisa. Vamos a ver. Si el asturiano llegase a ser algún día cooficial, ¿se nublaría el cielo y no volvería a salir el sol? ¿Una generación de asturianos quedaría quizá con los pulmones dañados al tener que aspirar la “x” por decir Xixón en vez de Gijón? ¿Caerían acaso sobre Asturias alguna de las plagas bíblicas? Por favor…
Pero la segunda parte viene cuando afirma que «el Estado deberá plantearse el recuperar alguna de la competencias cedidas». Hombre, pues vaya fracaso. Si después de veintitantos años de sistema autonómico -el que ha traído más prosperidad y estabilidad a nuestra democracia, recuerdo- tenemos que volver al centralismo, aviados vamos. Si tengo que volver a pedirle al ministro de turno mediante carta certificada dirigida a Madrid una carretera, o un hospital, o una escuela como si estuviésemos en el siglo XIX; aviados vamos. Si la sanidad asturiana estuviese en manos de un sistema centralizado, ¿creen que podríamos disfrutar de un centro de salud por barrio como tenemos ahora?