Como saben, el 2 de agosto de este año Jesús Neira Rodríguez fue agredido por defender a una mujer de un maltrato. Los hechos ocurrieron en un hotel de Majadahonda y, desgraciadamente, a consecuencia de la paliza recibida junto con unas presuntas negligencias médicas, su situación vital es precaria. Lleva en coma desde el pasado 6 de agosto. Todos han alabado su actuación. El Gobierno le condecoró con la Gran Cruz al Mérito Civil. La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, ha dicho de él que es «un símbolo de la defensa colectiva». La ministra de Igualdad lo ha calificado también como «símbolo de que algo está cambiando en la sociedad española». Y, en general, su valiente comportamiento ha sido elogiado por un numeroso grupo de colectivos en defensa del maltrato, convirtiéndole casi en un héroe.

Sin embargo, supongo que su familia no podrá estar contenta. En un primera instancia su agresor quedó en libertad, siendo, posteriormente, encarcelado ante la alarma social que había desatado. La agredida -y he aquí lo sangrante- ni siquiera se ha dignado en dedicar unas simples palabras de agradecimiento hacia su persona. Más bien, sólo a defender a su agresor al que calificó como «bellísima persona». Por más declaraciones que realizó, en ninguna ha habido ni un miserable «gracias» hacia la persona del profesor Neira. Supongo, digo, que el sabor de la familia será bastante amargo, puesto que, a la postre, se preguntarán si todo este sacrificio no habrá sido en vano. Creo que desde ciertos colectivos que se dedican a denunciar el maltrato, deberían condenar sin paliativos estas actitudes. A denunciar también a ciertas víctimas que se solidarizan con sus verdugos y no con quienes dan la cara por ellas. Hoy la vida de Jesús Neira se tambalea y su familia se preguntará, ¿para qué?