Ayer, por tres veces, Solbes repitió que los ahorros de los españoles no corren peligro ante el tsunami financiero mundial que estamos viviendo. San Pedro, por tres veces también, negó a Jesucristo. Bien, fuera de bromas hay que decir que, efectivamente, nuestro sistema se muestra sólido y, como tal, parece poco probable que veamos colas ante las oficinas para llevarse el dinero. Sólo con ver a Botín de compras por las rebajas bancarias mundiales, podríamos entender que las entidades se encuentran bastante capitalizadas. No obstante, hace tiempo les comenté que el sistema financiero español no se iba a ir de rositas de esta crisis. Que cometió también muchos excesos, puesto que, los préstamos y créditos hacia empresas que se mostraban como gigantes con pies de barro, fueron concedidos a ciegas. Hace poco, además, les contaba como los bancos y cajas a tenor del calentón inmobiliario, comenzaron a bordear la ley para aumentar sus cuentas de resultados. Y les hablaba, por ejemplo, de las empresas tasadoras que, creadas por ellos mismos, daban un valor al inmueble «ad hoc» según necesidades del consumidor. Hoy les cuento otra.
En ese afán por cerrar el círculo, porque se produjese una interconexión total para que no se escapase ni un euro fuera de su alcance; muchas entidades crearon sus propias aseguradoras. Es decir, era tan importante contratar el seguro (de hogar, vida o impago) con su compañía filial que, si no lo hacías, te denegaban la hipoteca o las condiciones se volvían leoninas. Y puede suceder lo siguiente (véase la quiebra de la aseguradora AIG en Estados Unidos): al subir la morosidad de forma masiva la aseguradora filial se ve forzada también a la quiebra y el banco pierde todas las garantías. Por tanto, como ven, también muchos de los pecados cometidos más allá del Atlántico se repitieron aquí. Aunque en mucha menor escala, claro está.