Aunque la jornada de ayer fue relativamente tranquila, la bolsa no gana para disgustos. Lleva una temporada de mal en peor y, lo que es más grave, actuado sin ninguna lógica. O sea, castigando a valores consolidados que, en ningún momento, han dado síntomas de estar especialmente afectados por la crisis. Así, se puede ver como alguno anuncia beneficios (el Santander ganó 7.000 millones de euros hasta septiembre), pero sufre severas caídas (ha bajado en el año un 54,7 por ciento). Y eso, día tras día. Nouriel Roubini -el economista que predijo el tsunami financiero con cuatro años de anticipación- ha sacado una especie de recetario contra la crisis. Según su teoría, cuando el mercado se comporta así, lo mejor es cerrarlo. Dar una especie de vacaciones y, luego, cuando los inversores vengan más relajados, retornará la confianza por sí sola. Bien, yo he de decir que, para mí, si eso se hace, produciría el efecto contrario. Sería como si, estando en una habitación a oscuras, me cierran la única puerta abierta que puedo ver. Al final, la utilice o no para salir, siempre tendré una mejor sensación al verla abierta que cerrada.
Por otra parte, imagínense la sensación de desconfianza hacia el sistema en general que crearía. Si, pensarán los inversores, suspenden la bolsa cuando va mal para que no podamos vender, ¿qué harán entonces si decidimos sacar los ahorros de un banco determinado? ¿Cerrarlo a cal y canto? Así que, pesé a lo que diga el gurú, vale más dejar las cosas como están y aceptar que, en toda crisis, hay un valor que cotiza por encima de todos: la liquidez. Por eso se vende…