La última crisis que viví fue en el año 93. Por aquel entonces, recuerdo, perdí mi puesto de trabajo en una compañía informática y, como no veía otra salida, fundé una pequeña empresa que ha llegado hasta el día de hoy. Recuerdo que, como forma de afrontar a aquella dolorosa situación, muchos otros tomaron el mismo camino que yo: se hicieron autónomos. No teníamos, sinceramente, ninguna otra oportunidad. La destrucción de empleo era tal -se llegó a los tres millones de parados- que el trabajo por cuenta ajena se hacía completamente inalcanzable. Sin embargo, esta crisis viene tan enrevesada que eso, por lo que veo, resulta ahora incluso más difícil. Con todas las fuentes de financiación cerradas por la crisis bancaria, ¿existirá dinero para fundar nuevos negocios?
Pero, además, quiero hacer mención a cómo tienen que afrontar la crisis los autónomos. Éstos, por ejemplo, no tienen ninguna prestación por desempleo. Si sus negocios fracasan -o los hacen fracasar las deudas de los demás- se encontrarán completamente desamparados. Ni podrán pagar su hipoteca a corto plazo, ni mantener a su familia, ni conseguir, quizá, dinero para reflotar su empresa. La mueca que pondrá el director de su sucursal bancaria cuando diga: «Es que soy autónomo», será de las que hacen época. Veo las medidas que quieren ponerse en marcha (tanto a nivel estatal, autonómico y local) y ninguna contempla este hecho: los autónomos son una capa de población profundamente desasistida ante la crisis.