Decía Marx que, cuanto más creciese el capitalismo, más pobre sería la clase proletaria. Obviamente, se equivocó. Si ha habido un sistema en la historia de la humanidad que ha estrechado la diferencia entre clases sociales, éste ha sido el capitalismo. Permitió, sin ir más lejos, el nacimiento del gran estabilizador social del siglo XX: la clase media. Si ha habido un sistema que ha podido llevar a los hijos de un obrero a la universidad, tener una residencia para ellos o usar tarjetas de crédito; ha sido, sin duda, el capitalismo. Si hay un sistema en el mundo que lleva aparejado la democracia, éste, claramente, es el capitalismo. Por tanto, yo lo veo así: como el mejor sistema posible, puesto que, al fin y al cabo, ha sacado a millones de personas de la pobreza dándoles una oportunidad.
Sin embargo, esto que para mí es un dogma parecía ponerse en solfa durante la cumbre del G-20. Bajo el pomposo objetivo de «Refundar el capitalismo» era como si todos estos principios tendiesen a ser cuestionados. Imaginemos si, durante el crack del 29 y la Gran Depresión posterior, los países participantes en Bretton Woods hubiesen dudado del sistema, ¿no habrían acabado quizá abrazando utopías sociales fracasadas? ¿No se hubiesen borrado o alterado profundamente todas las democracias que hoy conocemos? En Washington, algunos, ciertamente, confundieron al capitalismo con los excesos de mercado que dentro del mismo se producen. Y no es lo mismo…