Comienzo por lo segundo: por la deflación. Aparentemente las continuas bajadas en la inflación pueden parecer positivas. Es decir, que el precio de lo que consumimos se reduzca es algo que a todos nos gusta. Sin embargo, cuando ésta se produce de forma rápida y vertiginosa, es un dato preocupante desde el punto de vista económico. Recuerden que, apenas hace unos meses la misma superaba el 5 por ciento, pero, ahora y según los datos gubernamentales, se habla de que puede llegar a ser de poco más del 1. Mal rollo. Y me explico. La caída brusca en los precios sólo se debe a una cosa: no se vende. Esto es, los agentes económicos tratan de corregir la caída de ventas a base de retocar precios. Pero, claro, todo tiene un límite. Si se bajan precios y la empresa sigue en situación precaria de ingresos, se rebajan plantillas (más paro), se congelan proyectos y, al final, trágicamente, se cierra.
En economía la deflación es incluso más temida que la propia inflación. La segunda se corrige normalmente enfriando el mercado mediante medidas monetarias, es decir, aumentando el tipo de interés por ejemplo. Pero la primera sólo se puede parar de una forma: reactivando el consumo. Es decir, que los ciudadanos vuelvan a tirar de la demanda para que, de nuevo, se vuelva a producir un crecimiento. Pero eso, desgraciadamente, en esta crisis no se da. Las materias primas están a menos de la mitad de precio de lo que llegaron a costar -véase el precio del barril del petróleo- y, sin embargo, los stock de coches o pisos siguen creciendo tanto como el paro. Mal rollo a mogollón.