La verdad, no estoy muy de acuerdo con que cualquier tipo de gasto público produzca efectos positivos en la economía. Esto, en definitiva, representa una interpretación bastante sui generis de la Teoría General de Keynes. Hay que diferenciar muy claramente entre gasto e inversión. Por ejemplo. Si damos una ayuda para comprar ordenadores a los ciudadanos, habrá que considerarlo como gasto. Sin embargo, si éstas se las aplicamos a las Pymes será una inversión. En cualquier caso, esta carrera loca por incrementar el gasto público como manera de revivir la demanda sólo puede traer una cosa: déficit presupuestario. Y esto, créanme, no es nada bueno para la economía. Piensen si no en lo siguiente. Para financiarlo el Estado tiene que emitir deuda. Ésta, además, debe competir en los mercados financieros y hacerse atractiva a los inversores. Es decir, tienen que detraerse recursos del sistema privado para que pueda financiarse el público. Y, claro, en un entorno donde la banca necesita captar el ahorro de los particulares para prestarlo o buscar su propia solvencia, no parece lo más conveniente.
Pero, también, si se genera déficit es con la expectativa -aunque los hay que piensan que no- de algún día eliminarlo. La teoría dice que, con la subida de la actividad economía, el mismo podría ir rebajándose gradualmente. Bien, pero, ¿y si tarda más de lo esperado esa recuperación o no lo hace en la cuantía esperada? Pues, entonces, sólo queda un recurso: subir los impuestos. ¿Quién teme al déficit?