Vengo observando que nadie toma al pie de la letra el IPC. Es decir, el 1,4 por ciento correspondiente al Índice de Precios al Consumo anual mosquea a todo el mundo. Lo consideran demasiado eximio vista la evolución del año. Recordemos que la inflación, en el pasado 2008, supuso una auténtica «montaña rusa» de subida hasta julio (5,3 por ciento), y posterior bajada en picado que llega a la actualidad. Por tanto, aunque haya salido ese uno y pico final, parece que no convence mucho. Son, en definitiva, desajustes que la crisis está produciendo: primero fuerte inflación y después, deflación.
Fíjense cómo será la cosa que, ni las administraciones municipales, lo han aplicado. La subida, por ejemplo, de las tasas e impuestos del Ayuntamiento de Gijón ha sido de un 5 por ciento. Asimismo, como ya conocen, el debate ahora entre sindicatos y patronal a la hora de revisar convenios colectivos está precisamente ahí: el IPC actual a unos le parece irreal, y a otros les viene de perlas. Ciertamente, si la subida salarial fuese excesiva perjudicaría a unas empresas ya en dificultades. Pero, también, hay que ver que a un mileurista le representa unos 14 euros más al mes, o sea, irrisorio. Por eso, la cuestión no es que se deban subir algo más los salarios para que se gaste, sino para que se ahorre. La base de la recuperación es que las familias puedan ahorrar, cosa que, durante la época de crecimiento, no hicieron en absoluto. Y si ahora lo hacen estarán menos endeudas en el futuro y, por tanto, la economía volverá a funcionar porque se consume. Tan sencillo como eso.