Con toda la prudencia que merece el caso, analicemos los hechos. Parece claro que las continuas idas y venidas de la parcela en cuestión tenían un propósito: su recalificación. No se entiende muy bien sino que, en apenas 12 años, haya cambiado tres veces de mano en función de las circunstancias urbanísticas. Esto, por otra parte, tampoco debería ser motivo de alarma, puesto que, en definitiva, la recalificación del suelo, es lo que pretenden todos los propietarios en cualquier cambio urbanístico. El problema -y aquí está el meollo de todo el asunto- es que quien hace estas operaciones no es un ciudadano cualquiera, sino el arquitecto jefe (ahora ex) del Ayuntamiento. Así, resulta chocante decir que era ajeno a toda esta información cuando apenas mediaron 40 días entre su excedencia (diciembre 2003) y la aprobación inicial del nuevo plan (febrero 2004). Pregunto entonces, ¿pudo acaso borrar los datos de su cabeza el ex funcionario municipal como si fuera el disco duro de un ordenador? ¿No era ya público y notorio en aquella época que Cabueñes sería zona de expansión de Gijón? Por otra parte, resulta curioso que éste hable de «chollo» inmobiliario cuando la compró. Miren ustedes, el urbanismo en este sentido no tiene ningún misterio: las cosas valen lo que te dejan hacer. De no haberse producido su recalificación la parcela seguiría tasada en 20.434 euros (o probablemente menos con la crisis), y ahí estaría viendo cómo le crece la hierba. Sin embargo, la aprobación del nuevo PGOU hizo que su valor se multiplicase en 30 veces como por arte de magia. En fin, como propone el Ayuntamiento con buen criterio, que la Justicia decida.