Según vamos viendo en la campaña de las europeas, parece que la consigna ahora está en cambiar el modelo económico. Cosa que, está muy bien, no lo dudo, pero es muy sencillo de decir y no tanto de hacer. Insisto en que el modelo económico de un país lo deciden los individuos -a la postre, el mercado- y no los gobiernos. Pongamos un ejemplo. Si el Gobierno se dedicase a fomentar la alta tecnología pero el kilo de tomate se pagase a 50 euros, no habría ninguna duda sobre el modelo adoptado: la agricultura tomatera sufría un incremento de productividad sin igual. Veamos otro. Siempre se ha dicho que el modelo turístico español es muy pobre: sol y playa. Sin embargo, pese a que existen variantes que según todos son más interesantes (cultura, gastronomía, paisaje, etcétera), el cambio no se ha producido, porque, simplemente, el turismo de sol y playa trae 55 millones de personas al año.
Tal y como yo lo veo, regalar ordenadores portátiles a los niños de quinto de primaria no aportará nada. Bueno sí, la quiebra de los concesionarios de informática. Si creemos que un niño por poder llevarse el ordenador a casa va salir, no sé, como Bill Gates, estamos equivocados. Hace falta un caldo de cultivo mayor (la cultura del esfuerzo, la iniciativa o el trabajo) que no se fomenta, verbigracia, pasando de curso con cuatro asignaturas pendientes como en su día se propuso.
Por último, el dirigismo estatal de modelo económico puede verse claramente en los países comunistas. En Cuba, el sistema impone cuotas de ingenieros, arquitectos, médicos o abogados; en teoría una sociedad avanzada. Ahora bien, estos profesionales acaban trabajando a la puerta de los hoteles para los turistas porque ganan mucho más, ¿quién cambia entonces el modelo económico?