Lo malo de los gritos incendiarios de algunos jugadores del Oviedo el día de la celebración por el ascenso, no es ya que sean propios del más acérrimo ultra, sino que desilusionan un poco en cuanto a una generación que debería sobrepasar el localismo. Cuando yo era niño un hombre del barrio -mal psicológicamente- se acaloraba e insultaba a quien le decía «¡Hala Oviedo!». Como se ponía de esa manera, más se lo repetían hasta hacerle llorar. Parece que esos tiempos, los del localismo más rampante y que tanto daño ha hecho en nuestra comunidad, son como un muerto que resucita a la vuelta de la esquina. En este caso, por acontecimientos deportivos que como asturianos debería alegrar a todos: el Oviedo asciende, el Sporting se queda en Primera. Sin embargo, en una mezcla difícil de combinar, a la sazón, fútbol y política, se han producido acciones y reacciones que, insisto, en nada favorecen que una comunidad de apenas un millón de habitantes trabaje unida. Al revés, la enzarzan y enredan en peleas estériles que sólo favorecen intereses partidistas.
Les escribo todo esto por lo siguiente. Ayer, en un autobús, escuché la siguiente conversación entre dos jóvenes universitarios. Joven A: «Viste lo de Aulestia diciendo que Gijón era una mierda». Joven B: «Bueno, es que deben estar picados». A: «No lo entiendo: somos todos asturianos». Al final, como ven, todavía queda esperanza.