No hacía falta ser ningún profeta para saber que la decisión tomada por el Gobierno -retrasar el cierre de la central nuclear de Garoña en dos años (2013)- no contentaría a nadie. Zapatero, por cierto, así lo advirtió. Los ecologistas están enfadados porque, recuerdan al Presidente, ésa no era su promesa (cerrarla en 2011 cuando acabará su vida útil). Pero tampoco al Consejo de Seguridad Nuclear y los propietarios que recomendaban dejarla hasta el 2019, ya que, según un informe del propio CSN, es segura. Ahora bien, quien peor lo tiene, sin duda, son los habitantes del Valle de Tobalina que verán como se lleva por delante cerca de un millar de empleos directos e indirectos. Y es que, los planes gubernamentales para que eso no pase, a mí, la verdad, me suenan bastante difusos.
Dicen que para evitar el hundimiento económico se harán dos cosas: un plan industrial (¿?) e impulsar el turismo. Recetas, claro está, que como asturiano se me asemejan bastante a lo que pasó en nuestras Cuencas. Allí también se basaba la recuperación en lo mismo y, sin embargo, su realidad a día de hoy es la emigración. Porque, la zona, al igual que la mina, es un monocultivo económico: todo depende de la central y, si ésta cierra, con ella el resto de empresas. Por tanto, no veo que comercios, bares y el resto de trabajadores vayan a pasar fácilmente de depender todos los días de un reactor, a trabajar en un parador que, dicen, se construirá a 40 kilómetros.