Agosto, normalmente, se convierte en banco de pruebas político. Es decir, se lanzan a la atmósfera estival dimes y diretes para ver cómo sientan a la sociedad. Muchas veces nunca pasan de ahí, esto es, de ser un cohete que una vez lanzado hace ¡pum! y se acabó. En otras, si el ruido no es muy fuerte, o la propuesta del agrado general; es posible incluso que fructifiquen. Veamos algunos ejemplos.
Uno. El ministro de Fomento, José Blanco, ha dicho que el Gobierno puede plantearse subir los impuestos a las rentas más altas para cubrir gastos sociales. Claro, lo sugiere después de comprobar que los 640 millones que pretendía gastar con el pago de 420 euros a los parados sin prestación, pueden convertirse en 2.000 si amplía la cobertura. Asegura que «la sociedad lo entenderá perfectamente», pero, en definitiva, no ha dicho ni cuánto subirá el tipo; ni a qué contribuyentes afectará. En todo caso, a quienes le toque, ¿lo entenderán también?
Dos. La ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, ha propuesto erradicar el tabaco de los lugares públicos. Certifica que «la sociedad se encuentra ya madura» como para aceptar esta medida. Bien, la pregunta es obvia, ¿por qué? Los hosteleros argumentan que han adecuado sus locales según otra ley dictada por Elena Salgado. Sin embargo, ahora parece que se lanza al aire este órdago apenas 4 años después de poner en práctica la primera. Insisto, ¿por qué?
Y tres. Ya ven el debate que se ha creado sobre la sanidad asturiana. No se crean nada, es todo falso. La sanidad continuará como está, porque, entre otras cosas, así lo exige la segunda población más envejecida de España. De su partida no se tocará ni un euro principalmente por dos motivos. Primero, porque es santo y seña del Gobierno asturiano como política estrella. Y segundo, repito, porque gran parte del electorado toma la sanidad como prueba del buen hacer gubernamental. Por tanto, no esperen ningún cambio. El dinero saldrá de dónde sea pero no limando el, a veces, exorbitante gasto sanitario.