Recuerdo perfectamente que antes el cargo de ministro tenía, no sé, un cierto grado de autoridad. Venían de visita a una comunidad y, prácticamente, copaban todas las portadas. Sus declaraciones sentaban cátedra y, durante semanas, se desmenuzaban las mismas para saber sus intenciones. Ahora, sinceramente, la cosa ha cambiado. Tanto es así, fíjense, que alguno podría cruzarse con nosotros por la calle y no reconocerlo. Es más, en muchas ocasiones el consejero autonómico de turno tiene incluso mucho más poder que él y vaya si se nota. Piensen que si tenemos en cuenta que muchos ministerios están vacíos de contenido debido a la transferencia de competencias, ¿cómo no va a sentir el ciudadano que algún ministro actual es casi como un florero? Si antes el ministerio de Sanidad, o Educación, o la propia Justicia; gobernaba a un ejército de medios (materiales o humanos) y ahora son las comunidades autónomas las que lo hacen, ¿cómo van si quiera ellos mismos a sentirse importantes?
Todas estas reflexiones me vinieron a la cabeza después de la visita a Avilés del ministro de Justicia, Antonio Caamaño. Allí, dijo que el Gobierno bajaría otra vez el IVA una vez pasada la crisis. Sí, sorpresa. El titular de Justicia se salta a la economía y da una sentencia, por cierto, sin pies ni cabeza. Una vez aplicada la subida del impuesto en julio del año que viene, tururú, no se volverá a bajar porque el galopante déficit lo impide. Pero, en fin, las cosas son así. Parece que algunos ministros sienten esa soledad existencial y se meten en otras materias para darle cierta chicha a su cargo. Recuerden que, durante este verano, el de Fomento se ocupó de defender y proclamar una subida en el tipo del IRPF para las rentas altas. Y eso que su ministerio es de los que más contenido tiene…