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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

Tres consideraciones sobre Haití.


Primera. Tengo la sensación de que pocas veces nos hemos volcado tanto con un país. Supongo que, a tenor de las imágenes terroríficas que estamos viendo, se ha creado una ola de solidaridad que en cierta manera reconforta. Un día sí y otro también vemos como deportistas, actores, políticos y mucha gente anónima quiere ayudar. Gracias a las redes sociales se puede mandar un mensaje a un número de teléfono y donar a Cruz Roja. El resultado: se han recaudado en pocas horas más de un millón de dólares. Si comparamos la tragedia con la del tsunami en el océano Índico, me parece que la respuesta ha sido todavía mayor. Aquí estamos viendo como Estados Unidos lleva a su secretaria de Estado, miles de soldados y hasta un portaaviones; la vicepresidenta española también se encuentra allí, las ONG hablan incluso de que las cantidades donadas para Haití son superiores a las de otras catástrofes. Por ese lado, pienso, nada que objetar.

Segunda. Sin embargo, todo este batallón de ayuda se encuentra en Haití con la nada. Esto es, un país donde no existen instituciones. La principal tarea –según relatan los equipos de emergencia- es desarrollar la logística necesaria para repartir alimentos que se agolpan en el aeropuerto. El Presidente apenas si ha aparecido y sus políticos exactamente igual. Creo que sería completamente necio por parte de la ayuda internacional dejar que las cosas siguieran así, una vez desaparezca el país de los medios de comunicación. Haití, como África y muchas otras zonas del mundo, necesita de una clase social que tenga vocación de servicio. Lo contrario, precisamente, a lo que estamos viendo. La tragedia del terremoto es una ocasión de oro para poner a funcionar Haití.

Y tercera. Que los bancos cobren comisiones a quienes hacen una transferencia para donar, es una canallada. Que desalmados anden repartiendo su cuenta mediante email para que la engorden, también. Que el obispo Munilla asegure «Existen mayores males que el que está sufriendo el pueblo de Haití tras el terremoto, nuestra pobre situación espiritual y nuestra concepción de la vida», bueno, en fin… Personalmente me quedo con lo que decía García Márquez para estas ocasiones: si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


enero 2010
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