Hoy el Consejo de Ministros tomará una decisión histórica: retrasar la edad de jubilación. Muchas generaciones han tomado los 65 años como límite, pero eso va a cambiar. En principio, y de forma gradual, se piensa en los 67. Pues bien, como plenamente afectado por la medida –pertenezco a la de los 60- no me hace mucha gracia. Máxime si pensamos que hasta ahora se hablaba de otra cosa: incentivar el trabajo más allá de los 65. Sin embargo, el gobierno Zapatero ha cogido el «toro por los cuernos» y piensa hacer así la primera gran reforma de su legislatura. Eso, contra viento y marea, porque la respuesta ciudadana puede ser bastante contraria. Sólo tienen que ver como, en este mismo periódico digital, la noticia fue la más vista y comentada en el día de ayer.
Vale, con los datos en la mano podemos aceptar que no queda más remedio. La demografía (un tercio de la población tendrá más de 65 años en 40 años) y la esperanza de vida (cercana ya a los 85 años) le dan la razón. Piensen que la proporción entre cotizantes y pensionistas sería de 1 a 1, esto es, cada trabajador mantendría a una persona de la clase pasiva, cosa que, a todas luces, resulta inviable. Sin embargo, hay que decir que este mismo gobierno acaba de prejubilar a los trabajadores de RTVE con 52 años. Ha permitido, hasta la saciedad, que durante estos dos años y medio de crisis se hiciera lo mismo en sectores como el automóvil, financiero o industrial con tal de no engordar la estadística del paro. En la minería, como asturianos, ya sabemos todos los que pasó. Y así, podríamos seguir «ad infinitum» porque realmente sólo casi la mitad de los trabajadores (el 55 por ciento) se jubiló efectivamente a los 65. Por tanto, aunque con las estadísticas en la mano no quede más remedio, también hay que recalcar lo mal que se hicieron algunas cosas y que, como ven, las generaciones posteriores vamos a tener que pagar.