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El runrún sobre la vuelta del ex ministro a la política es como las mareas: sube y baja. En general, siempre se basa en gestos de su parte e interpretaciones libres de los demás. Basta que asome un poco por nuestro paraíso natural para que, desde su propio partido o en los medios de comunicación, se den pábulo a todo tipo de especulaciones. En la foto yo lo veo comiendo con afines (nada de hacer ya campaña como se dijo) y animando a «Pepe, el Ferreiro» por lo de su destitución. A Cascos le gusta que las informaciones sobre su posible vuelta sean piramidales: cada rumor se basa, alimenta y supera al anterior. Sin embargo, si eso se produce, es decir, si decide reactivarse, lo hará cuándo y cómo él diga. Menudo…
Por otra parte, me hace gracia que desde el partido le den la bienvenida pero con condiciones. Eso de «Vale, vas a ser candidato pero te tienes que amoldar a nosotros» me temo que no sirve para Don Francisco. Fíjense que ni siquiera lo cumplió cuando en el periodo 95-99 su partido estuvo en el poder. Pregúntele si no a Sergio Marqués y su traumática ruptura gubernamental. Por tanto, si decide volver será en plan Alonso (yo desarrollo el coche y lo pongo a mí gusto) y no como Raikonnen (conduzco lo que me den y punto). Eso que lo tenga claro todo el mundo: la vuelta de Cascos también traerá una marejada interna bastante considerable.
Una última cosa. La política asturiana está tan oxidada que se hace imposible ver caras nuevas. No se permite a una nueva generación tomar el gobierno de nuestra sociedad. Tanto Javier Fernández -si es el candidato socialista- como Cascos -si es el popular- pertenecen a la misma generación que lleva gobernando Asturias desde hace 30 años: la de la transición. Aquí ver presidentes que hayan nacido a mediados de los sesenta, o sea, los llamados cuarentones, no se da. Más bien, lo que se producen son dirigentes sesentones y con vocación de partido insoslayable. Olvídense de tener aquí gobernantes como González, Aznar o Zapatero; el sistema les impide el paso.