Vengo diciendo que las universidades están sufriendo un virus de intolerancia cada vez que las pisa un político. Y no ya por lo que le pasó ayer en Oviedo al ex presidente Aznar, sino porque el asunto viene de lejos. Durante las últimas Generales, Rosa Díez, la líder de UPyD, tuvo que salir escoltada de La Complutense. Josep Piqué, en la misma universidad, sufrió gritos constantes de «fascista, fascista» y casi tienen que suspender su conferencia. Santiago Carrillo, hombre octogenario, estoicamente soportó a la turbamulta justo cuando iba a ser investido doctor honoris causa por la Universidad Autónoma… ¿Sigo? En fin, no me parece que la libertad de expresión sea precisamente eso. Más bien, observo la falta total de algo que la propia institución debería emanar: respeto hacia los demás. Yo mismo pisé esta Facultad hace ya años y, la verdad, no recuerdo que pasarán cosas así. Desde luego, en los años ochenta, cuando venía un político, hasta se asistía con curiosidad por ver lo que decía. Me estaré haciendo viejo.

Ahora bien, a parte de calificar el incidente como lamentable, también hay que ver sus consecuencias. Aznar reaccionó como pueden ver en la foto que hoy es portada de muchos medios de comunicación: mal hecho. Sus acompañantes, en concreto Gabino de Lorenzo, pidieron que se identifiquen y detengan a los que reventaron el acto. Bueno, tampoco es delito. Y, por último, el rector, Vicente Gotor, dice que la Universidad no debería albergar actos políticos. Craso error. Si un político, en calidad de conferenciante, no puede pisar la institución, mal vamos. Si la Universidad elimina ahora a los políticos porque se monta la mundial, luego tampoco pondrán ir filósofos, economistas, sociólogos… Al final, a los intolerantes todo lo que no sea de su cuerda le parecerá mal: los que sobran, son ellos.