Reconozcamos que el fondo, a ojos de un europeo, resulta difícil de entender. Que 8 millones de personas mueran sin cobertura sanitaria es algo, lógicamente, que esperaríamos de cualquier otro país; en ningún caso de una potencia mundial como Estados Unidos. Las cifras que se dan –para nuestra forma de entender la sanidad, insisto- son terribles. Digamos que incluso con la reforma aprobada un 5 por ciento de la población, sobre 15 millones de personas, seguiría sin cobertura médica. Aquí, directamente, tal desprotección llevaría casi a una revuelta social. Pero, en fin, vayamos con las formas. Da cierta envidia ver cómo se tramitó la reforma. En domingo –sí, allí sus señorías trabajan ese día- y durante 12 horas todo el mundo tuvo que poner encima de la mesa lo mejor de sí mismo para sacarla adelante. No valía el que pertenecieras a un determinado partido, puesto que, incluso el propio Obama, tuvo que hacer campaña entre los demócratas para conseguir votos. Los congresistas estadounidenses se deben a quienes directamente los eligen: sus votantes. Por tanto, las órdenes de partido no valen. Imaginémonos, ahora que estamos hablando de grandes reformas y consensos, que el sistema funcionase aquí. ¿Acaso creemos que algunos parlamentarios no votarían en contra de lo que dice su partido? ¿No sería más fácil llegar a acuerdos si no existiese la disciplina de voto? ¿No se acabaría con el típico diputado «aprieta botones» puesto que tendría que tomar decisiones y jugársela ante su electorado? Resulta, digo, envidiable que quienes elegimos no sean unos señores grises encajados en una lista.
Por otra parte, si volvemos al fondo, seguiremos sin entender por qué el 53 por ciento de la población no acepta la reforma. Lo que va en beneficio de la sociedad es visto como una agresión a la libertad individual, incluso hasta con tintes de inconstitucionalidad. Es tal la independencia que el ciudadano exige con respecto al Estado que el simple hecho de obligar a tener un seguro médico, causa recelos. Sin duda, una manera de ver las cosas muy diferente a la nuestra, puesto que, aquí, como saben, de lo que estamos hablando es de moderar el gasto sanitario y en medicamentos. Impensable –que éstos sean gratuitos, por ejemplo- al otro lado del Atlántico.