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Jose Manuel Balbuena

RETORCIDA REALIDAD

El velo de Najwa.

Cíclicamente, casi como las estaciones meteorológicas, la polémica sobre el «hiyab», a la postre, el velo islámico, vuelve. En esta ocasión, debido a que a Nawja, una niña de origen marroquí, se le prohibió llevarlo en un instituto de Pozuelo de Alarcón. Lo primero que habría que hacer, entiendo yo, es saber exactamente qué representa un «hiyab». Para algunos no tiene más significado que el de una costumbre cualquiera: algo parecido a las antiguas viudas de los pueblos todas vestidas de negro y también con pañuelo en la cabeza. Siendo así, es decir, si vale esa teoría, no tendría mucho sentido permitirlo dentro de un instituto, puesto que, al fin y al cabo, también deberíamos aceptar a los chavales con gorras de Ferrari. Pero hay quien sostiene que no es así y se trata de un símbolo religioso. Pues bien, en este caso podría darse una doble variante. Por un lado, aceptarlo puesto que también las monjas católicas van cubiertas. Pero por otro rechazarlo, ya que, en resumidas cuentas, no tendría sentido el movimiento hacia una escuela laica donde dejan los «hiyab» y quitan crucifijos. Aceptado esto, es decir, que existen serias dudas sobre lo que realmente significa el velo, queda una segunda parte: ¿es voluntario o obligatorio? Para los padres no hay duda al respecto: las niñas lo eligen porque quieren y en ningún caso se les exige. Sin embargo, la opinión de los imanes musulmanes –cuyos preceptos deben seguir la comunidad- no es así: para ellos es una prenda indispensable puesto que significa la sumisión ante Dios.

En países como Francia, mucho más avezados que nosotros en este aspecto, la cuestión no ofrece dudas: está prohibido desde 2005 por considerarlo un símbolo religioso. Puede llevarse por la calle sin ningún problema, pero no en un centro escolar. Ahora, el debate allí, se muestra en el sentido de prohibir totalmente el «burka» por ser un símbolo de opresión. Personalmente, cuando viajé a países islámicos el «burka» me impresionó. Una cosa es verlo en fotografías y otra en directo. Créanme si les digo que es una auténtica cárcel de tela. Ver a un ser metido en su interior es como experimentar una especie de claustrofobia ajena sin parangón. Yo, al igual que los franceses, no dudaría lo más mínimo en prohibirlo totalmente. En cuanto al velo, hombre, creo que nos vemos irremediablemente condenados a un debate a la francesa que aclare la cuestión de una vez y fije un criterio.

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Por JOSE MANUEL BALBUENA

Sobre el autor

Economista y empresario. Colaborador de EL COMERCIO desde hace ya muchos años. Vamos, un currante en toda regla


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